La tragedia del tifón Haiyan en Filipinas nos ha vuelto a recordar el trabajo insustituible que hacen las organizaciones de ayuda humanitaria en todo el mundo. Ahora hay asistencia de urgencia, después ayuda a la reconstrucción. Y también al desarrollo. Este trabajo casi silencioso sólo ocupa páginas de periódicos y espacios en la televisión cuando hay alguna catástrofe natural, pero lo cierto es que estas entidades, que en Cataluña superan las ochenta, trabajan incansablemente para mejorar las condiciones de vida de millones de personas a pesar de los momentos difíciles que pasan a consecuencia de los cambios geopolíticos que hay en todo el mundo y de la crisis financiera, que ha hecho reducir drásticamente los fondos públicos destinados a cooperación y desarrollo y también los aportados por particulares.
En el campo de la cooperación, se impone un cambio de modelo en el que se pase del asistencialismo a la cooperación, que los proyectos en marcha no sirvan sólo para resolver situaciones puntuales sino para encontrar soluciones definitivas a problemas estructurales. Y eso pasa por la actuación decidida de los poderes públicos, que deben abordar cómo luchar contra los problemas estructurales que impiden a un grupo importante de la población disfrutar de unos derechos fundamentales.
Mientras esto no ocurre, las entidades que trabajan en la cooperación y desarrollo deben recibir el máximo apoyo, no sólo de las administraciones, sino también de la sociedad civil. Deben tener la colaboración no sólo de los ciudadanos sino también de las empresas, que pueden aportar fondos, pero también conocimiento. El objetivo último es coincidente: hay que encontrar cómo trabajar conjuntamente.
Autor y traducción: El punt avui