Nuevos tiempos, nuevos universos, y nuevos fenómenos literarios para nuevos lectores definen uno de los aportes a la cultura de las tecnologías mediales. Un logro significativo es el acercamiento de niños y jóvenes hacia otro tipo de productos culturales. En este aspecto, la subliteratura ocupa un lugar privilegiado en la escala de sus intereses lectores. Esa relación tan particular entre tecnologías mediales y subliteratura, así como su impacto en los patrones de lectura de niños y jóvenes ha sido un foco de interés para muchos autores (Martos, 2009; Gallardo, 2008; Sanchez, 2004; Castillo & Cuberos, 2004). Todos apuntan a una idea en común: la emergencia de Internet y las herramientas multimedia han diversificado los modos de comunicación, las formas de leer y el interés de niños y jóvenes en productos culturales masivos.
Y es en esta vía que el sentir de la escuela se ha hecho más evidente: rechaza la subliteratura y los usos de las tecnologías mediales asociados a ella. Los docentes reaccionan con apatía e indiferencia, cuando no con desprecio frente a los textos que leen sus estudiantes. Los maestros consideran que la popularidad de estos textos entre los niños y los jóvenes es apocalíptica, como un signo de fin de los tiempos, pues sienten que esas nuevas producciones desestabilizan el orden canónico de la lectura tradicional y desmejoran la calidad de la formación de niños y jóvenes. Esto se evidencia en las afirmaciones y el rechazo de una docente1:
Entrevistador: ¿tú no piensas que la tecnología sea negativa para los estudiantes en cuanto a la lectura?
Entrevistado 1: “(…) si uno los aleja cada vez más de todo un pasado histórico que ha tenido un peso, que tiene una importancia capital, pues ellos van a estar más inmersos en esa inmediatez a la que me refería. Pero si uno los sigue acercando al valor del libro y al valor de la imprenta (…) los estudiantes responden”.
Entrevistador: ¿Qué piensas de la subliteratura para que la lean los niños y los jóvenes?
Entrevistado 1:“(…) les costó peros se dieron cuenta que realmente no habíamos estudiado literatura y habíamos utilizado digamos la palabra para leer un libro que estaba
1 Entrevista a Docente María Consuelo Rojas.
de moda, que les inquietaba muchísimo, pero que la literatura como tal se había dejado de lado, nunca más volví hacer ese experimento con la subliteratura”.
Lo paradójico reside en que mientras los maestros más se alejan de la subliteratura en búsqueda de literatura clásica; los estudiantes, por el contrario, se distancian se distancian de la literatura tradicional de la escuela y se conmueven cada vez más con la subliteratura (Colomer, 2009). La subliteratura responde mejor a sus gustos, necesidades e intereses lectores. Los aportes de Kiko Ruiz (2006) nos ayudan a comprender que las lecturas que más enganchan al lector joven casi siempre se alejan de los cánones estéticos y obedecen más a factores subjetivos.
Teniendo en cuenta estas discrepancias, vale la pena preguntarse si esa brecha puede ser salvada o no, y de ser posible, cuáles serían los beneficios y los riesgos de esa empresa. Esto pone sobre la mesa, de nuevo, la discusión sobre la calidad literaria de la subliteratura en oposición al carácter clásico y canónico de la literatura “oficial”.
Ahora bien, ¿Cuáles son las diferencias que existen entre la gran literatura, y la subliteratura? Estas diferencias cualitativas tienen referentes reconocidos que pueden remontarse incluso a antecedentes históricos muy distantes. Un posible origen de materiales de lectura que se consideran bajo la categoría de subliteratura se remonta al Siglo VI A.C, cuando Platón expresó sus primeros desacuerdos e inconformidades con cierto tipo de textos. Tiempo después, el Libro de Arte Culinario, tal como es mencionado por el Platón Cómico, es un indicador de que ya en aquella época circulaban ciertas formas de las lecturas de consumo que ganaron pronto el rechazo de muchos autores reconocidos y autorizados. En relación con los Diálogos platónicos, los que han trascendido, los logói escritos que se tomaron en consideración, eran habitualmente textos filosóficos; los que circularon en el ámbito de la Escuela académica, y que pasaban de mano en mano por los discípulos de Platón, eran en cambio esencialmente obras de entretenimiento (Briggs & Burke, 2002). En este sentido, también puede citarse el modo particular en que los rapsodas operaban en la difusión de sus cantos: los poetas sólo cantaban gestas que el público les pedía o incluso que sólo toleraba (Ong W. , 1987).
En todo caso, y con este pasado tan lejano, los juicios sobre la subliteratura se afianzan en caracterizarla como un tipo de literatura que no posee valor estético o cultural. En contraste, la noción de Canon occidental definiría al conjunto de obras cuya vigencia y mensaje tiene un impacto cultural significativo, tanto que todo representante de la cultura debería conocer esas obras (Bloom, 1997). En palabras de Bloom el canon ha estado asociado a la selección de libros de lectura obligatoria por parte de las instituciones de enseñanza, por tanto tiene su origen en la escuela y esto contribuye a comprender la profunda discriminación que hace frente a la producción literaria considerada como subliteratura.
Escritor: Diana Soto