Despierto lentamente tras un fuerte zumbido de oídos, apenas puedo ver debido a la intensa oscuridad que cubría todo el caos tras la batalla, mis piernas no me responden, tal vez el cansancio sea demasiado y mi cuerpo ya no da tregua a tanto esfuerzo, en mi mente comienzo a imaginar que mis compañeros aún permanecen allí, me empeño en gritar pero me resulta imposible, por lo que ahorro cada aliento para cuando sea oportuno y alguien pueda encontrarme. Luego de unos extraños minutos de calma pretendo levantarme pero no se que sucede, estoy tendido en este campo cubierto por el oscuro manto del olvido absoluto, noto como mi corazón se acelera y cada latido es parecido a mil bombos tocando al unísono. El cansancio me vence y lentamente comienzo a cerrar mis ojos, cayendo en un sueño profundo una vez más, pero esta vez agudizando mis sentidos, por lo que unos diminutos ruidos de piedrecillas resbalando por las paredes del agujero donde me encuentro provocan una reacción inmediata en mí, debido a esto mi vista se recupera, pero es en este momento cuando desearía estar ciego y seguir viviendo en el desconcierto absoluto, o bien en un sueño placentero, porque lo primero que percibo con la centelleante luz de una bengala lanzada justo por encima de mi posición, es a mis compañeros, mis amigos, tendidos junto a mi, sus caras flácidas, sus miradas en el perdido mundo de los muertos, y sus expresiones que recuerdan el más puro horror del sufrimiento antes del toque final; ahora por fin comienzo a comprenderlo todo, trato de ver mi cuerpo, todo me duele, mis manos tiemblan de una forma espantosa, mis piernas, ¡mis piernas no están!, ¡las he perdido!, me dieron y estoy sin piernas indefenso, abatido aquí junto a los míos, olvidado en este agujero de rostros perdidos por la inmensidad de la muerte, mi fin ha de estar cerca, el enemigo vendrá y no se que harán conmigo, un maldito sueño me domina, mi cuerpo juega con mi mente, el sueño me vence y no puedo hacer nada para evitarlo, comienzo a llevar mi mente a lugares tan lejanos, a lugares de mi pasado, tranquilos, olvidados en el tiempo como mi casa, mi familia y los ricos almuerzos de los días domingo preparados por mi madre, las muchas historias que contaba mi padre y las cuales ya me sabía de memoria, pero que cada vez que eran relatadas tenían un sabor nuevo, lo que las hacía muy entretenidas y a mi prometida, quien ahora debe dormir placenteramente en su delicada y suave cama, ignorando toda la destrucción que se vive mas allá de los límites de su contexto, entonces comienzo a quedarme dormido, pensando en aquello que ahora anhelo mas que nada, en poder sentir su cuerpo, en verla una vez más, acariciar su hermoso y suave rostro y poder escuchar su particular voz, con la cual alguna vez me juro amor y que se que extrañare por siempre.
Despierto agitadamente al sentir un silencio absoluto, los disparos en el campo cesaron, hasta el aleteo de una mosca podría quebrantar este maldito y fúnebre silencio. Lo único que percibo es mi respiración, pero algo más, ¡tierra!, tierra golpeteando en mi rostro, en nosotros, ¡nos entierran!, nos entierran y yo sigo aquí, herido, pero vivo, trato de levantar mis manos pero he despertado demasiado tarde ya estoy cubierto casi completamente, mis gritos son silenciados por el miedo desesperado que me domina, estoy perdido entre cadáveres, sangre y tierra, mi respiración, mi respiración es lo único que siento, cada vez esta mas cerca ya lo siento, cada grano de tierra silencia lentamente mi alma, mi respiración, mi vida. Mi mente divaga, ya la muerte esta aquí, ya todo esta perdido, siento como mis piernas se adormecen poco a poco, mis manos pierden todo sentido, y mi corazón comienza a detenerse, mi respiración ya no la siento, ya no………
Escritor: Pedro Carrasco Campaña