El profesor Balfour nos recuerda que los partidos republicanos se alejaron rápidamente de la posición de principios propugnada por Pi y Margall para lanzar una beligerante campaña nacionalista en defensa de la soberanía española. El sistema de la Restauración (que aborrecían) no fue atacado, curiosamente, por aferrarse a un imperio anquilosado, sino al contrario, por no ser suficientemente agresivo en la defensa de este imperio. Emilio Castelar, ex presidente de la Primera República, si bien criticaba el régimen por haber dado lugar a la rebelión colonial por no haber acordado las pertinentes reformas, era también un partidario ferviente de mantener la soberanía española sobre las colonias.
La posición oficial de los conservadores ante la guerra de Cuba era de mantener la isla a cualquier precio. Y así lo hizo. El sexto Gobierno conservador de Cánovas, que gobernó de marzo de 1895 hasta el asesinato del estadista en agosto de 1897, intentó vanamente acabar, por todos los medios, con la rebelión cubana. Primero, con el general Arsenio Martínez Campos, que llevó a cabo una guerra calificada de suave.
Luego con el general mallorquín Valeriano Weyler Nicolau, decidido a exterminar a la insurgencia a sangre y fuego. En Mallorca, los contrarios a Silvela, los romeristes y los canovista ortodoxos, tuvieron fuerza suficiente para editar, a partir del 15 de enero de 1898, el diario El Balear, subtitulado Diario liberal-conservador, con el claro objetivo de defender Weyler de los ataques de los liberales silvelistas, a los que acusaba de haber empeorado la situación en Cuba.
Este mismo diario criticó con dureza el periódico El Liberal palmesano, para que se mostraba favorable a la autonomía cubana. Del mismo modo, el diario conservador menorquín El Bien Público, editorializaba sobre el hecho con un indiscutible lenguaje de arenga militar netamente demagógico.
La posición de los liberales no era muy diversa, aunque Antonio Maura (que fue miembro de este partido hasta que pactó con los conservadores de Silvela), se había mostrado, como hemos visto, partidario de la autonomía cubana. Tesis que reiteró en una importante conferencia pronunciada el 22 de marzo de 1897 a lo largo de la cual criticó la política que había llevado a cabo al general Weyler y consideraba inviable una política bélica que destruía los recursos de Cuba. Maura, sin embargo, no cuestionaba la epanyolitat cubana.
Él, en todo caso, acusaba a los gobernantes españoles, no como dominadores, sino como malos gobernantes. Si observamos los republicanos, aunque en la cuestión cubana siempre encontraron un motivo impagable para criticar el sistema monárquico de la Restauración, y pese a que en su campo, se alzaron algunas voces favorables a una cierta descentralización de Cuba que permitiera una asimilación los cubanos y portorriqueños a los españoles de la metrópoli en cuanto a los derechos civiles y políticos, podemos también indicó que su posición no difirió especialmente de la de los conservadores y liberales respecto de la guerra.
Los republicanos mallorquines fueron, como observa Marimón, claramente favorables al uso de las armas y exhibieron un grosero maximalismo patriotero. Análoga posición adoptaron los republicanos menorquines los que no tomaron ningún tipo de posición crítica ante la guerra que se avecinaba. Culpaban, evidentemente, la monarquía de los desastres, pero ante la guerra abierta, se identificaron con los conservadores. Ellos participaban, en este punto, de la misma concepción unitaria e indiscutiblemente españolista del Estado. Eran verdaderos nacionalistas españoles.
Las disidencias, aunque relativamente moderadas, provinieron de los partidos extraparlamentarios. Los anarquistas se esforzaron para decidir su actitud de cara a la lucha de los cubanos por su independencias. Sus dudas derivaban en buena parte de la ambigüedad de las posiciones anarquistas respecto a la relación entre la cuestión nacional y su objetivo último, la revolución social.
Y aunque finalmente acabaron por apoyar la autodeterminación de Cuba, los anarquistas tendían a eludir el espinoso tema del nacionalismo para concentrarse en los perjudiciales efectos de la guerra sobre los trabajadores españoles. Más aún que los anarquistas, los socialistas eran poco favorables a reconocer que la lucha por la independencia de Cuba tenía alguna relación con las necesidades y aspiraciones de los trabajadores cubanos. Ignorando sin duda que había un importante apoyo de éstos a los insurrectos, no acertaron a percibir las implicaciones sociales de la lucha nacionalista, y se limitaron a repetir el principio consignas abstractas de pacifismo internacionalista.
Al final, los socialistas reconocieron la legitimidad de la lucha por la independencia, pero optaron por centrar su propaganda-en esto como los anarquistas-, en la injusticia social que constituía el servicio militar en España.
Ya fuera de los partidos, conviene también mencionar la Iglesia española que tuvo una actuación radicalmente contraria a la independencia de Cuba y, por tanto, favorable a la intervención militar. Es Además, la Iglesia española legitima la lucha contra los independentistas cubanos y filipinos a través de innumerables rogativas, procesiones y oraciones que pedían el triunfo de España frente a los insurrectos.
Todo el sistema político español, su carácter nacional e incluso el concepto mismo de nación, tal como se había entendido hasta entonces, entró en crisis como consecuencia del Desastre. Y en este sentido no fue poco importante el discurso de lord Salisbury hecho el 4 de mayo de 1898, en el que parece que aludiera a España como una nación moribunda y que fue cacareado por toda la prensa española de la época.
Se aludía a la derrota de Sedán, de 1870, que provocó la caída del Imperio y la proclamación de la Tercera República francesa, pero la realidad es que, pese al contexto apocalíptico y el discurso desilusionado que llenaba los periódicos y las tertulias, ningún general se alzó, ni tampoco la oposición (tanto de derecha como de izquierda) perjudicó la existencia de un régimen que era en apariencia inamovible.
Autor: Wang Jung
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