J. J. Rousseau influenciado por la luchas de opiniones de los diferentes tendencias filosóficas y políticas de su tiempo, comprende a la sociedad como una lucha de voluntades y de intereses. Emilio o de la Educación es una reacción en contra del clasicismo de los jesuitas, así como también respuesta a la necesidad de formar un hombre nuevo para una nueva sociedad. En dicha obra combate, pedagógicamente, contra el estado civil de su época; se da cuenta de que las instituciones sociales consideradas como «morales» son las que mejor saben borrar la naturaleza del hombre, pues lo privan de su esencia fundamental y le imponen una relativa.
Para Rousseau el sentido educativo la filosofía tiene la obligación de aspirar a hacer útil a la humanidad, así afirma en Emilio: «el filósofo se debe ocupar de los principios de las leyes de la educación; de la ciencia de la pedagogía». De tal forma, debe, en consecuencia, averiguar cuál es la naturaleza del hombre para educarlo conforme a su esencia.
naturaleza como fundamento ético primordial. Ante la negación podríamos tomar una actitud sospechosa y cuestionarnos: ¿realmente la ciencia educativa de Rousseau respeta la personalidad del niño como un «otro distinto»? Rousseau pone como plataforma, para adentrarnos a la solución, conocer antes la naturaleza del niño que pretendemos educar. La educación proviene, para el filósofo, de tres instancias: de la naturaleza, de los hombres y de la cosas. La primera que recibimos siendo niños es la educación de la naturaleza: el desarrollo de nuestros órganos. Esa educación da sentido a las otras dos, tal conocimiento surge de la afectación de las cosas que nos rodean; de ese modo «nuestros primeros maestros de filosofía son nuestros manos, nuestros pies, nuestros ojos» escribe en Emilio. Para Rousseau es fundamental la observación directa de los infantes, estos evolucionan a través de una serie de etapas que ha marcado la naturaleza: aspectos que el preceptor deberá atender y dirigir.
Por otro lado, el preceptor, subraya Rousseau, deberá hacer a un lado sus conocimientos y sus prejuicios, deberá ser incondicional en tanto que sólo se identificará con la naturaleza, así que seguirlo a él es seguir a la verdad. El preceptor, en suma, deberá encargarse de todas las obligaciones y de todos los derechos del niño. Para Rousseau la naturaleza es una serie de destinaciones que dándose a ella en cada momento todo lo que debe ser «es» y el preceptor es el elegido para su interpretación.
Ante estos principios, nos atrevemos a pensar que difícilmente permitirían ver la existencia del niño como distinta al preceptor, porque la libertad del niño se determina por mediación de la conciencia del maestro. naturaleza como la que da sentido de alteridad y fundamento a todas las demás, para cumplir con un sistema pedagógico que responda a ciertas exigencias e intereses.
Rousseau fue un hombre de su tiempo, sus postulados dieron respuesta a la necesidad de quienes más adelante hicieron la revolución elevando los valores de una naciente burguesía. Como hemos analizado, no hay en su teoría absoluta congruencia entre antecedentes abstractos, como el concepto de «naturaleza», y consecuentes. Es evidente que su posición ante la «naturaleza» no es una posición neutra, sino que lleva una carga social-política que busca realizarse a través de la elección de un contrato voluntario.
A Rousseau le debemos haber definido al hombre, filosóficamente, por su perfectibilidad, la cual se apoya en la condición natural de sus facultades y deseos. Nuestro pensador se da cuenta de que la naturaleza del hombre no puede ser definida por la Iglesia ni por un determinismo social o histórico. El hombre es perfectible. Este se moldeará, posteriormente, con la educación de las máquinas o mediante la actividad profesional o por los presupuestos de la nación.
El principio antropológico rousseauniano establecido en Emilio o de la Educación: el hombre se construye a si mismo gracias a sus propias experiencias es también capaz de regenerarse a sí mismo cambiándolas mediante una nueva pedagogía. Gracias a ese principio, Rousseau permite darnos cuenta de que podemos elegir no por la voluntad de un gobierno caprichoso, sino por una voluntad racional, es decir, elegir por un contrato social que incluya la voluntad general. La que reafirma mi libertad permitiendo la de todos para elegir lo que es mejor para todos.
Rousseau no pudo ser un hombre que escapara a su tiempo, como nadie podemos serlo. No obstante, nos legó la importancia de aprender a ceder, lo que a su vez implica una maduración racional del gobierno de sí: la conciencia de ser capaz de establecer un “contrato” para sustraernos del determinismo de unos pocos o de un sentido histórico que al parecer nos arranca cualquier iniciativa de transformación.
Rousseau defiende que el niño es una «tabula rasa». El niño sí es distinto, porque madurando en sus propias experiencias sabrá elegir por lo que conviene a todos; Emilio es discontinuidad en la temporalidad, por eso, metafóricamente, lo eligió huérfano. Si bien, Rousseau pretende que la libertad del niño se determine por mediación de la conciencia del maestro, en Emilio o de la Educación, crece y aprende a elegir por sí mismo cediendo su gobierno para ser tan libre como antes en Del Contrato social. La libertad es, en suma, el máximo conocimiento en el desarrollo del infante, pues es el conocimiento sobre su voluntad y lo que puede conseguir con ella. En conclusión, queda por pensar todavía cómo debemos concebir la naturaleza humana en equilibrio no sólo para comprenderla, sino para respetarla en su cabalidad mediante Derechos Humanos universales.
Bibliografía:
Rousseau, Jean- Jacques, Emilio o de la Educación, Alianza Editorial, Madrid, 2001.
Rousseau, Jean- Jacques, Del Contrato social, Alianza Editorial, Madrid, 1994.
Palacios, Jesús, La cuestión escolar, Editorial LAIA, Barcelona, 1989.
Dussel, Enrique, La pedagógica latinoamericana, Editorial Nueva América, Bogotá, 1980.
Escritor: María Teresa Ortiz Osorio