Arvo Pärt es un profeta desoído, tal vez como el legendario Isaías ante el testarudo pueblo de Israel. Claro que Arvo goza de una particularidad: profetiza a través de la música. Alguien objetará que el compositor estoniano es primero músico y luego profeta. Que hacerlo profeta corrompería su verdadera vocación, su arte y el arte en sí mismo. Sin embargo sus obras dicen lo contrario: no es un Stravinsky, el compositor de Petrushka para quien la obra de arte no requiere de inspiración. Más bien compagina con Schönberg, en lo tocante a que a la creación musical le precede primero un trasfondo – sea vivencial a lo Bergson, sea familiar, sea cultural, – y segundo, una idea estética, sonora, musical.
El trasfondo de Pärt es Cristo. Alguno dirá que es más el cristianismo que Cristo. Otro comentará que el profeta como tal no tiene necesariamente que ser cristiano. Y no falta el que ponga en tela de juicio al profeta y a la profecía en general. No obstante todo lo que se piense respecto al tema, hay una voz extremadamente profunda en cada sonoridad que propone Arvo. Muy pocas personas saldrán ilesas ante obras como An den Wassern zu Babel, Fratres, Tábula Rasa, Cantus in memoriam Benjamin Britten, Litany, Für Alina, y Spiegel Im Spiegel del compositor que naciera en Paide, un 11 de septiembre de 1935.
Que el profeta habla hacia el futuro. Que analizándolo mejor habla de un pasado olvidado a un presente sin luz. Que contrasta diferentes presentes. Lo cierto es que el oído de Occidente ha comenzado a desgastarse frente a sonoridades extravagantes, estridentes, matemáticas: experimentaciones que sobrepasan el umbral de la estética. Por lo menos de esa estética generalizada, poco erudita, si se quiere vulgar, del common sense. Por esa razón vemos que Pärt, incluso cuando sus primeras producciones musicales partieran de las herencias neoclasicistas de Shostakóvich, Prokófiev, Bártok, pasando por el dodecafonismo de Schönberg y el collage, al final terminara en esa vaguedad y escepticismo un poco cartesianos en la que caen los compositores insatisfechos con su arte hasta dejarlos desahuciados. No sin decir que en Arvo esta situación coincide en una búsqueda por lo divino, lo sacro. De hecho lo denominan minimalista sacro.
Es ahí donde el Arvo depurado, transformado, comienza a ser voz. Una voz para todos. Bien cabe citar las palabras de Pärt recogidas por el reconocido musicólogo Sergio Sablich: Quiero mucho a los gitanos, los vagabundos, los viandantes, porque no están satisfechos con lo que tienen y buscan. También quiero los [alcohólicos] y los enfermos en el alma, porque sufren y se hacen preguntas. Son idealmente mis compañeros de calle. Aunque yo me expreso con la música, sufrimos y rodeamos las mismas cosas.
Y vaya que esta transformación le permitió ver la música diferente puesto que Arvo afirma que hay música que construye y música que destruye. ¿Algo parecido a lo que decía Aristóteles? Para el artista el objeto de la música es construir. Bien tendríamos que pensar en las composiciones del creador de la Gesamtkunstwerk (obra de arte total), el afamado operista Richard Wagner, quien estaba familiarizado con el mundo xenófobo y ocultista de Hitler, y a su manera con el discurso racista de la superioridad germana. Y no resisten ni un ligero examen muchas canciones Rock, Rap, Punk y hoy por hoy Reggaetón. Que la música tenga que perseguir lo bueno no es algo que en la actualidad mercantil y mediática se considere con detención. Muy pocas personas querrán moralismos en la música, ¿pero qué profeta habla para rendir pleitesía a sus oyentes?
Hay imágenes que se pueden comparar con el efecto de la música de Arvo Pärt: la penetración de Dante en el cielo; las apariciones y experiencias místicas de Santa Catalina, de Sigrid Undset; las sonoridades gregorianas (de las que se observa en Pärt un escrupuloso estudio), y de muchos compositores renacentistas y barrocos como Tallis, Haggard y Bach. Vale la pena destacar Der geigende Eremit de Reger, obra excepcional inspirada en un cuadro de Böcklin; también se puede comparar con las huídas trascósmicas que produce Debussy y Satie; el salto al vacío de Kierkegaard; las aparentes sinrazones de The birds de Hitchcock y las catástrofes de Koyaanisqatsi de Reggio.
Sin ánimo a exagerar, todas estas imágenes pueden venir como una procesión, como un collage de emociones al escuchar las composiciones “tintinabulares” de Pärt, técnica en la que convergen su experiencia musical, su ideología, su humanidad. El estilo tintinnabulum, que alude a los armónicos de las campanas, técnica que subyace en sus obras más conocidas, es considerado por el destacado artista como un material constructivo que se compone de dos elementos: una libre melodía entendida como línea de sucesión de sonidos por grados y un cambio progresivo de tríada. «Entre los dos elementos hay atracción y cumplimiento, integración y equilibrio. Transcurren reglas severas entre melodía horizontal y acuerdo en el espacio.»
Indudablemente Pärt integra obra y vida en su creación. Sus creaciones reflejan su comunión intima con un Dios esplendoroso, sumamente santo y real. Personas como Arvo permiten pensar que así como su música, se puede simplificar a Cristo: hay un Dios hecho hombre y un hombre que deben relacionarse; también despiertan conciencias espiritualmente dormidas: aquellas personas que por largo tiempo no encuentran en Cristo una verdad práctica. Propone no una espiritualidad hueca y carente de sentido como la que proporcionó la new age y su eclecticismo escéptico a finales del siglo XX: la corriente del quémásda; sino una salida precisamente a todo tipo de oscurantismo moderno caracterizado según Morin, por la parcialización y desintegración del conocimiento humano que imposibilita un entendimiento multirreferencial, coherente y correcto de la realidad. De Dios.
Autor: Luis Eduardo Pacheco Pedrozo