Entré a estudiar pedagogía en Ciencias Naturales y Biología en una prestigiosa universidad del centro-sur de Chile, no por vocación (como la gran mayoría en este país), sino porque en enseñanza media la biología era de mi principal agrado y también por la residencia en mi ciudad natal. En la primera charla que se impartió en la universidad se nos dijo que con los años uno se enamoraría de la carrera, lo cual en lo personal a mí no me ocurrió. Fue en la práctica profesional en donde me percaté que servía para esto, sintiéndome cómoda y motivada de enseñar lo que mi especialidad dictaba. Egresé de la universidad con honores y siendo la única postulante a un premio que la universidad otorga al primer lugar de cada generación, creyendo que un futuro brillante me esperaría.
Egresada y con ansias de encontrar trabajo, me encontré con una realidad alarmante. Portales en redes sociales con docentes rogando por alguna oferta laboral emergente, quejándose de lo injusto y anacrónico del sistema, abatidos por un sueldo indigno para alguien que estudia una carrera universitaria de cinco años, incluso con grados académicos de especializaciones en el extranjero. Ya un poco desmotivada ante la realidad mencionada anteriormente barajo la opción de continuar con mis estudios, siguiendo el grado académico correspondiente (magister), pero la mayoría de ellos pide como requisito “experiencia en aulas” del cual en estos momentos carezco por obvias razones.
Para mayor colmo, continuando con mi búsqueda laboral me encuentro con un estudio realizado en “Elige Educar”, el cual señala que Chile posee un «sobrestock» de profesores, lo cual puede dar explicación a tanta aberración anteriormente leída en redes sociales, aumentando aún más mi desmotivación. Es cierto que la sociedad chilena actual se ha empoderado, y ha manifestado su rechazo ante el escenario educativo nacional. El informe Brunner (década de los 90) reveló que el principal problema de la educación chilena es su falta de equidad y su deficiente calidad, la Reforma Educacional Chilena se puso en pie de trabajo para suplir las nuevas necesidades sociales. Ya casi 20 años han pasado y las condiciones tanto para docentes experimentados como para los “newbies” como yo, no han mejorado significativamente. Es entonces, cuando una serie de cuestionamientos casi existenciales me invaden: ¿Cómo es que la sociedad exige que se estudie pedagogía por “vocación, si las condiciones desde el día 0 son desalentadoras? ¿Cómo la sociedad exige calidad y equidad en el sistema educativo, cuando los principales actores educativos que realizan el proceso de enseñanza-aprendizaje están tan desvalorizados? ¿Debería seguir en este arduo camino, luchar y ser constante?
Son muchas las interrogantes que me bombardean en estos instantes, las cuales no estoy ni siquiera segura de que si algún día podré responder, ya que a estas alturas me estoy cuestionando seriamente el haber estudiado pedagogía y no alguna profesión que socialmente sea más valorada y estable. Me remonto al momento en que decidí estudiar pedagogía; analizando aquel momento, sabía en mí interior que no se les otorgaba el valor que correspondía a ser profesor en Chile, aun así me dije ilusa e ignorantemente a mí misma “las cosas cambiarán en 5 años”. Lo cual claramente no sucedió. No tengo claro si mi situación es homogénea y transversal en los recién egresados en carreras de pedagogía, ya con esta mínima para la masa estudiantil ad portas de egresar de la educación media y valorar realmente lo que es ser profesor, algo más que un poco vocación.
Autor: Vera Alfaro Yáñez
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