Una de las nociones centrales y más básicas en la teoría hermeneútica de Paul Ricoeur, es la noción de Discurso. Este concepto, a mi juicio, es el que apuntala y está detrás de de su aproximación analítica al texto. El discurso es la contraparte de la lengua, es en la dicotomía saussuriana lo que corresponde al habla. Así, frente a una lingüística de la lengua, se erige una lingüística del discurso alrededor de la cual Ricoeur construye su postura.
El filósofo que nos ocupa maneja una concepción muy particular del concepto de discurso. Sostiene que dicho concepto está constituido por dos elementos interdependientes y complementarios que denomina: Acontecimiento y Sentido. De acuerdo con su tesis, el discurso es acontecimiento en el sentido de que “algo sucede cuando alguien habla”. Es acontecimiento porque el discurso es algo que realiza en el tiempo y en el presente. Y en ese marco temporal siempre remite a un hablante, pues su razón de ser consiste en que alguien habla, alguien se expresa al tomar la palabra.
La expresión de algo por alguien a través del discurso en un momento determinado, es lo que constituye el acontecimiento. Es gracias a esta operación que un mundo llega al lenguaje. El discurso siempre remite a algo, hace referencia a un mundo que pretende describir, expresar o representar. De este modo, en el proceso discursivo el lenguaje reconstruye un mundo que le es posible transmitir. Esta posibilidad de transmisión de un mundo determinado abre un espacio de comunicación y da origen al intercambio con el Otro, esto es, con un posible interlocutor. Es el acontecimiento el que produce el “establecimiento del diálogo”.
Así lo plantea el propio autor, “en el discurso, todos los mensajes se intercambian: el discurso no sólo tiene un mundo sino que tiene Otro, una persona, un interlocutor al cual está dirigido”. De esta manera, lo que muestra el acontecimiento es la manera en que llega un mundo al lenguaje y cómo éste adquiere una forma de expresión peculiar que en un momento determinado permite que ese mundo pueda ser comunicado e intercambiado. Ahora bien, si el discurso cobra realidad concreta en forma de acontecimiento, la única forma que hay de comprenderlo es como Significado. De ahí la importancia del Sentido como segundo elemento constitutivo del discurso.
Ricoeur mismo así lo establece, “lo que queremos comprender no es el acontecimiento, hecho fugaz, sino su significado, que es perdurable” Es decir, lo que interesa es encontrar el sentido de los mensajes que son intercambiados. Buscar comprender el mundo que está recreando el lenguaje en esos intercambios, en ese proceso de comunicación, pues es su interpretación lo que permanecerá una vez acabado el acontecimiento. Sin embargo, en la lingüística del discurso lo que se establece es una dialéctica permanente entre el acontecimiento y el sentido y es mediante ella que estos dos elementos quedan fusionados.
La articulación de estos componentes del discurso constituye para Ricoeur “el núcleo de todo el problema hermeneútico”. Ahora bien, en el momento en el que entra en juego el proceso de comprensión, el nivel del significado termina por superponerse al acontecimiento. El pensador francés nos plantea que dicha superación del acontecimiento por parte del significado es característica del discurso en sí.
Por otra parte, todo discurso tiene un sentido y una referencia. El análisis de la segunda categoría es fundamental a la hora de pasar a la etapa de la comprensión y la interpretación. Dicha categoría tiene una relación directa y estrecha con ese mundo que, decíamos, evoca el discurso. Alude a los contenidos y su significado, pues “sólo el discurso se dirige a las cosas, se aplica a la realidad, expresa el mundo”.
Esto, sin embargo, conduce a Ricoeur a plantearse una pregunta central: ¿qué constituye la referencia cuando el discurso se convierte en texto? La respuesta a esta interrogante es que el paso del discurso oral a la escritura o al texto, provoca serios problemas en el nivel de la referencia. Esto en razón de que el tipo de realidad a la que remiten discurso oral y texto en general no es la misma. En el discurso oral, las personas que se comunican participan de una realidad común que les sirve de referencia y no tienen más que señalarla (su función ostensiva) para resolver cualquier duda de sentido que se les presente en el proceso de comunicación.
En cambio, en un texto, especialmente literario, podemos toparnos con que la referencia a la realidad cotidiana ha sido suprimida. Ahí se está inventando una nueva realidad u otra realidad, de modo que los referentes comunes dejan de operar de la manera usual. De hecho, como lo apunta Ricoeur “la función de la mayor parte de nuestra literatura parece ser la de destruir el mundo”. Y esto es válido, evidentemente, tanto para la literatura de ficción como para la poesía.
Sin embargo, la destrucción de la referencia ostensiva que acarrea la ficción, da origen, de acuerdo al autor de la obra que discutimos, a una segunda referencia (pues después de todo cualquier ficción sigue teniendo cierto contacto con la realidad) más profunda y esencial puesto que es de una naturaleza ontológica. Dice Ricoeur con respecto a ella, “esta se conecta no sólo ya con los objetos manipulables, sino en el nivel que Heidegger designaba con la expresión de Dasein. Esta dimensión referencial absolutamente original de la obra de ficción y de poesía plantea, en mi opinión, el problema hermeneútico fundamental”.
Es así que lo que hay que interpretar en un texto es la nueva propuesta de realidad que plantea, la “proposición de mundo” que presenta. En esto consiste la noción de Mundo del Texto en Ricoeur, El texto es un mundo, pero un mundo conectado con el Ser en el sentido más amplio de la palabra, la referencia del texto se vuelve fundacional en el sentido ontológico del término. Es un mundo que remite a lo esencial del hombre y con ello le permite encontrar una suerte de identidad. Por ello, en último análisis, para Paul Ricoeur el papel capital de la interpretación es “explicitar el tipo de ser en el mundo desplegado ante el texto”.
Vale la pena subrayar que lo importante es que el mundo que nos revela la interpretación es un mundo que nos ayuda a comprendernos en el nivel ontológico más profundo, puesto que sólo a través de los “signos depositados en las obras culturales” podemos aspirar a encontrar una identidad, en el sentido que la antropología filosófica propone, o algo cercano a lo que pudiéramos llamar un Yo.
Debo confesar que esta idea del hombre como un ente en el mundo al que sólo le es posible construirse una identidad a partir de sus obras concretas pasadas por el prisma del lenguaje, me parece muy seductora y hermosa, independientemente de toda la carga metafísica que ésta conlleva, Y no porque dicha metafísica esté de más para mí o me parezca innecesariamente compleja, sino porque más allá del interés ontológico que puede poseer el tema, a mí lo que me atrae particularmente son todos los problemas de lenguaje, lógicos y semánticos preeminentemente, que encierra el fenómeno de la interpretación.
Me pregunto y me gustaría averiguar, entre otras cosas, si la relación acontecimiento / sentido para Ricoeur tiene el mismo sentido que la relación lógica / semántica planteada por la filosofía del lenguaje de pensadores como Russell o Wittgenstein, Además, sería interesante saber qué tipo de retos y problemas puede generar en el proceso de interpretación un uso poco riguroso, lógica y semánticamente, del lenguaje. Si el énfasis ontológico que Ricoeur le imprime a su aproximación hermeneútica tiene su contraparte en lo que concierne al rigor analítico (en el sentido lingüístico, insisto) con el que se construyen las interpretaciones.
Escritor: LUIS RAMÍREZ SOTOMAYOR
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