La génesis y el concepto de renacimiento comportan automáticamente el nacimiento y la conceptualización de dos períodos históricos: la antigüedad, con la cual el renacimiento se vincula idealmente y a la que quiere dar vida y el período intermedio en el cual esta antigüedad se cree muerta, es decir, la Edad Media. Según Granada, tras esto se expresa el juicio y la representación no tan sólo de dos siglos de cultura europea, sino de toda la historia universal anterior e incluso posterior, en la medida que este renacimiento marca el inicio de la época moderna.
Esta, es una época de nuevos medios de producción, y entre las fuerzas productivas, el hombre que inventa y que osa es en él mismo un nuevo fenómeno. Un aspecto de esta época es el sentimiento de inmensidad que se ampara de los hombres: tras la existencia social del provecho se dibuja la época de los descubrimientos. Según Bloch, en el contexto del postulado social, se abandona el punto de vista geocéntrico para sustituirlo por el heliocentrismo, el triunfo de Copérnico. La naturaleza se abre a la vista: en la Edad Media era diabólica, habitada por viles demonios; en la pintura bizantina se hunde en la nada. No hay otra cosa que los destinos humanos y un fondo en oro, sobre el cual no podríamos decir si los personajes forman parte de él.
El mundo exterior que tragado por este fondo dorado, dentro esta región fronteriza entre el mundo presente y el más allá. Se descubre la perspectiva, hecho que responde a la extensión de los intercambios comerciales a escala mundial y a la escala copernicana del mundo. La conquista del mundo y de la naturaleza hace rápidos progresos; la vida presente apasiona a los hombres, el más allá languidece y se produce una inversión de valores. Entre 1513 y 1514, Dürer, a la par que realiza numerosos gravados en pequeño formato, preferentemente de temática religiosa, emprende la concepción y ejecución de lo que han sido consideradas sus estampas magistrales y con las cuales culmina su carrera como grabador. reformista de la Alemania del siglo XVI.
De los tres grabados, Melancolía I, se erige como el más misterioso y complejo iconográficamente. El título de la estampa sigue la teoría tradicional de los cuatro humores formulada por Hipócrates y continuada por Galeno y otros teóricos y otros pensadores posteriores, la cual llegó hasta el humanismo para argumentar el comportamiento del ser humano en relación con los cuatro elementos, y en consecuencia, bajo la impronta de los cuatro humores. Según Zaragoza, la bilis negra o melancolía, fue el humor considerado como más pernicioso, asociado a la tierra y a la madurez y propenso a las infecciones del espíritu como la demencia, siendo la expresión de lo desagradable y desgraciado y teniendo en cuenta como cualidad positiva, la tendencia al estudio solitario. Tal y como expresa de Zárate, los melancólicos eran seres nacidos para ser sabios, pero no para ser felices. El humanista Ficino, seguirá Aristóteles, después de descubrir el texto Problemata XXX, 1, y en su comentario establecerá para la melancolía una tendencia superior del espíritu, afirmando que “Todos los hombres verdaderamente sobresalientes, ya se hayan distinguido en la filosofía, en la política, en la poesía o en las artes, son melancólicos” .
Melancolía I es una figura alada, sentada en posición pensativa, inactiva pero despierta, con la cabeza sostenida sobre el puño izquierdo, con la frente coronada por una guirnalda, mientras que detrás, un niño mantiene una intensa actividad. En una enigmática semioscuridad al lado de un edificio aparentemente inacabado y al lado del mar; al fondo el horizonte, un murciélago, la luz de un cometa y un arco iris lunar. La figura central se encuentra acompañada de un perro hambriento y una serie de instrumentos, abandonados a su alrededor los cuales parecen ser los de un geómetra o un astrólogo.
Tal y como explica Panofsky, “…su mente está preocupada por visiones interiores, de suerte que afanarse con herramientas prácticas le parece carente de sentido (…) El gesto del puño cerrado que hasta aquí era un mero símbolo de enfermedad ahora simboliza la concentración fanática de una mente que ha sido verdaderamente un problema, pero que en el mismo momento se siente tan incapaz de resolverlo como de desecharlo (…) La mirada vuelta a una lejanía vacía (…) Los ojos de melancolía miran al reino de lo invisible con la misma intensidad con que su mano ase lo impalpable (…) Rodeada de los instrumentos del trabajo creador pero cavilando tristemente con la sensación de no llegar a nada, un genio con alas que no va a desplegar, con una llave que no usará para abrir, con laureles en la frente pero sin sonrisa de victoria ”. Estudiando la geometría como la quinta de las artes liberales y la técnica de la perspectiva como fenómenos estilísticos y culturales la función de la cual sufre un proceso radical historiográfico, Dürer transforma la perspectiva del gravado en el espacio de un geómetra y de un artista de genio que busca las proporciones estéticas perfectas.
Según Constantinescu, el arte de la medida es una especie de propedéutica para el pintor enamorado de las formas, la línea y las curvas geométricas. En la composición del gravado dispone los instrumentos lucrativos que permiten medir, trazar y pulir superficies entre los instrumentos que nos señalan la facultad imaginativa de la creación. Esta relación entre geometría y melancolía remite a Saturno, planeta que gobierna ambas. Por un lado, el saber y el método de la geometría, descienden a la esfera de la finitud y del fracaso; por el otro, el temperamento melancólico se alza a la altura del intelecto proponiendo una contemplación y una perspicacia diferente de la razón. Con este gravado, Dürer supera el sentido médico de la teoría humoral para poner en evidencia los beneficios de la creatividad artísitica, la cual pone en cuestión los fundamentos del ser y su cosmos.
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Escritor: Aleix Vilaseca