La ciudad es, sin lugar a dudas, un espacio que ha cobrado no solo gran relevancia, sino también vida en el panorama literario de los últimos tiempos, claros ejemplos de ello aparecen en El Ulises, de Joyce, Adam Buenosayres, de Leopoldo Marechal; y para no ir más allá del panorama nacional, bastaría con mencionar Opio en las nubes, de Rafael Chaparro Madiedo y ¡Qué viva la música!, de Andrés Caicedo. La denominada tendencia de “literatura urbana ”, también ha tocado a la puerta del escritor de origen japonés, Haruki Murakami, quien en su obra After Dark, desnuda las vicisitudes y vivencias de una serie de habitantes que, aunque en ocasiones, se tornen sombras, reflejan la batahola, la desidia y la imposibilidad de comunicar que, es tan común en las grandes urbes de nuestros tiempos.
La Tokio de After Dark, lejos está de ser la ciudad idílica de anuncios de neón, de palacios ancestrales y (buscar nombre) para toma el té, por el contrario, Murakami relata, de manera descarnada y, en ocasiones, visceral, una ciudad ajena, distante, obscura e implacable que sirve de telón de fondo para reflejar esa imposibilidad de comunicación que, constantemente, acecha a los personajes: “la ciudad parece un gigantesco ser vivo” (Murakami, pág. 9: 2008), un ente con conciencia propia que, de manera voraz, como si de la mítica ballena de Jonás se tratase, engulle todo a su alrededor y no permite escapatoria alguna de sus fauces.
Del mismo modo, la ciudad se erige como un espacio de desarraigo, anonimato, mutabilidad, lugar de desencuentros donde Mari, Kaoru y Takahashi, personajes centrales de la obra, irrumpen en medio de la noche a través de diálogos vacíos y rostros imprecisos, concordando con aquella premisa que reza: vivimos rodeados de multitudes pero sumidos en una soledad absoluta. Y es que, precisamente, así es el retrato que nos presenta Murakami de Denny´s, cafetería donde transcurren la mayoría de las acciones en la obra, un lugar plétora de gente, individuos completamente ignotos que se esconden tras la fachada de una sonrisa lejana o una mirada carente de sentido: “Mires a donde mires, todo está concebido de forma anónima e intercambiable”. (Murakami, pág. 17: 2008).
Así pues, en la novela After Dark lo que se busca es plasmar una radiografía de un síndrome común en nuestra época , lo que en términos del filosofo francés Gilles Lipoveski corresponde con una “era del vacío”, es decir, un periodo de tiempo que se define en términos de banalidad, superficialidad y de relaciones humanas basadas en diálogos insípidos que no buscan ahondar en temáticas trascendentes, sino simplemente, tratar temas de actualidad, específicamente aquellos dictaminados por los Medios Masivos de Comunicación, que en últimas hacen las veces de filtro y convención para determinar qué es lo novedoso o qué merece ser tratado como tal. En ese sentido, la novela de Murakami también ahonda en el estrecho vínculo que se establece entre una sociedad diezmada, en cuanto al valor del diálogo y la interacción humana, y los Medios de Comunicación, la televisión en este caso en particular.
De esta manera, nos describen a Eri, hermana de Kaoru, quien además de ser modelo profesional, es decir, de vivir en función de una apariencia prescrita por los estereotipos de belleza que, dicho sea de paso, se enmarcan dentro de los cánones dictados por “Occidente”, pasa la mayor parte de la narración sumida en un estado de trance, en el cual no es posible distinguir la delgada línea entre lo real y lo onírico, inmersa en un sueño provocado por el televisor, como si lo presentado en la pantalla tuviera un criterio de mayor validez que la realidad misma. Dicho de otra manera, “lo real” está estrechamente ligado con lo que se percibe en la pantalla del televisor, las otras percepciones no pasan de ser mero espejismo o un simple “simulacro ” recordando a Jean Baudrillard.
Asimismo, en ese lapso de cinco horas, duración aproximada de la historia, Haruki Murakami, narra con gran maestría los pormenores de un pequeño, pero representativo, grupo de personajes que encargan la angustia de vivir en una ciudad que no espera y que desespera como diría el gran Andrés Caicedo, un espacio urbano que relega de manera despiadada a aquellos incapaces de adaptarse al ritmo vertiginoso, cuasi mecánico que impone “el gigantesco ser viviente”. Una re-presentación de una Tokio que dista mucho de ser, la otrora capital del Japón de la era MEIYI, Y que por el contrario, viste su traje de ser terrible capaz de arrasar con todo lo que se ponga en su camino.
Ahora bien, no todo es angustia, abandono y desolación en After Dark, al igual que sucede en otras obras de Murakami, como las celebradas por la crítica, Tokio Blues y Al sur de la frontera al oeste del Sol, pareciera ser que después de la obscuridad hay un atisbo de calidez y esperanza, en suma, esta novela plantea la posibilidad de un panorama alentador no solo para los personajes de la historia sino para toda la humanidad, una especie de collage donde es posible retomar las tradiciones de antaño y rescatar la memoria colectiva que, en últimas, permita a cada individuo hallar su propia esencia y derrotero: “para las personas, los recuerdos son el combustible que les permite continuar viviendo. Y para el mantenimiento de la vida no importa que esos recuerdos valgan la pena o no. Son simpe combustible. (Murakami, pág. 209: 2008.
BIBLIOGRAFÍA
MURAKAMI, HARUKI. After Dark. Tusquets Editores.
Escritor: Edwin Javier Rodríguez Vásquez
Los comentarios están cerrados.