La política vertebra. El poder político ajusta las relaciones entre los diferentes grupos, posicionándolos y dando lugar así a una jerarquía. Por definición, el poder se ejerce, se siente, sobre algo o alguien. Indefectiblemente, la práctica del poder se establece en base a unas relaciones desiguales. No es objeto de la antropología política el calificar y juzgar estas relaciones, sino localizar las formas en las que el poder toma cuerpo, se manifiesta dentro de la estructura y define la realidad.
Son objeto del estudio antropológico aquellas sociedades más “clásicas” o “exóticas”. Si bien es el mundo occidental todo un símbolo del poder por méritos propios, se considera la diferenciación social como un aspecto básico de la manifestación cultural. Desde este prisma, la jerarquía supone la expresión del paso de la naturaleza a la cultura. De ello se colige que sea más fácil percibir la transición en sociedades con sistemas menos complejos. Así, ¿cómo surgen las desigualdades más básicas? Si pensamos en la jerarquía como el traslado de la naturaleza a la cultura tendremos que reparar en diferencias naturales como son el sexo o la edad. Sin embargo, esas cualidades dadas no son por sí mismas algo determinante hasta que no son filtradas e interpretadas por la cultura.
Esas diferencias básicas van cargadas de derechos y deberes que varían en función de cada sociedad. Así, por ejemplo, existen sociedades donde los varones de más edad detentan el poder o se les debe respeto y obediencia. A esas desigualdades elementales hay que sumar el grado de parentesco y el orden de descendencia. El parentesco es clave, ya que articula y enmarca a los individuos dentro de grupos sociales que se posicionan respecto de otros configurando y dando sentido al poder. ¿De qué manera ocurre? Un gran número de sociedades con cierto grado de jerarquía se vertebran en base a la preeminencia histórica. El grupo de descendencia más próximo al antepasado fundador ocupa una posición superior, y los demás grupos ocupan el espacio social tomándolo como referencia. De esta manera surgen los mitos como historia y justificación simbólica de los estatutos desiguales así como de la participación no proporcional en el poder. Por ejemplo, de un lado encontramos como en las tribus islámicas el poder era detentado por aquellos grupos sociales que se justifican como descendientes directos y más cercanos al profeta Mahoma.
Por otro lado, un ejemplo de la función del mito la encontramos en la sociedad de los Winnebago en Wisconsin. Su historia y mitología divide su sociedad en dos clanes principales; uno celeste y con poder ritual y otro terrestre que posee las técnicas de sustentación material. En el origen de los tiempos ambos se enfrentaron por el poder, resultando vencedora la tribu celeste. Aquellos descendientes del grupo vencedor ocupan una posición superior sobre el clan de la tierra, el cual tiene un papel político secundario. Al justificarse con el mito, la tribu en lugar inferior se conforma en su papel resultado de unos sucesos antiguos y sobrenaturales.
Estas formas básicas de jerarquía social (edad, sexo, descendencia, parentesco) sobreviven y coexisten con otras formas de diferenciación jerárquica más complejas que subordinan y utilizan a las primeras. De hecho, las formas más avanzadas de estratificación se basan en esa jerarquía más elemental, que sale a relucir cuando se produce algún cambio de orden jerárquico. No obstante, existen diferencias sustanciales entre ambas. Siguiendo al antropólogo G.P. Murdock, la estratificación tiene lugar en las sociedades donde existen grupos diferenciados con una desigualdad no relacionada con el parentesco, ni con la edad, ni con el sexo, ni con la descendencia. Las diferencias de los estratos se establecen en base al poder de unos grupos sobre otros, ya sea por estar sometidos simbólicamente, físicamente, etc. Así, las estratificaciones manifiestan un poder mayor participando de manera desigual o exclusiva en el poder u otras facetas dentro de la sociedad.
Los estratos hacen suyo todo un mundo simbólico diferencial; conforman en su seno una propia cultura e incluso albergan a su vez otros estratos con sus matices y particularidades. Un ejemplo se encuentra en la sociedad del Antiguo Régimen, en la que los estamentos se regían por criterios laborales y de poder aglutinando diferentes grupos de edad o sexos. Las sociedades de castas en Asia son también un ejemplo clásico de modelos estratificados, si bien las castas enraízan con las relaciones de descendencia. Cabe apuntar que los estratos no son contenedores estancos. Reducirlo a eso no es sino simplificar y difuminar los matices existentes. En las sociedades estratificadas los individuos pueden variar su posición relativa mediante alianzas matrimoniales, la promoción o el mérito.
Esta revisión rápida y somera ha tenido como objeto poner en relación las manifestaciones jerárquicas, sus orígenes y su importancia dentro de una estratificación más compleja. Por supuesto, aquí sólo se muestran algunas formas de jerarquía y estratificación; la realidad es mucho más vasta y llena de matices que hacen muy difícil establecer una tipología única. Con todo, se puede concluir sobre el plano teórico que:
• El concepto de jerarquía se basa en aquellas diferencias primarias tales como el sexo, la edad o la descendencia, y los intereses del poder prevalecen sobre los intereses de los grupos.
• El concepto de estratificación bebe de esas diferencias elementales, pero sus criterios de diferenciación van más allá y se basan en otros externos como libertad, religión, economía…
Bibliografía
• BALANDIER, Georges. “Estratificación social y poder. Orden y Subordinación” En Antropología Política. Barcelona: Ediciones Península, 1969. p 91-101.
Escritor: José Manuel Castillo Lorenzo
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