Se observa en la siguiente gráfica como en el año 2006, África del Norte aporto 614.436 inmigrantes y África Subsahariana 170.843.
Ciertamente Cataluña es y ha sido, tierra de acogida, los crecimientos demográficos se han producido por olas significativas de inmigrantes, que venían a hacer de Cataluña su hogar y su futuro. Lejos queda en el recuerdo el casi millón y medio de personas que llegaron entre 1900 y 1960 procedentes de todo el estado español, muchos de ellos aún entre nosotros, para sumarse a los catalanes. Principiante una de las partes más dinámicas y prósperas de España, y una de las regiones más importantes de la Unión Europea.
De este modo, la contribución demográfica del inmigrante africano ha permitido a Cataluña obtener los siguientes beneficios:
- Alivio al sistema de pensiones
- Mano de obra suficiente para aumentar la economía en relación a la producción y demanda de bienes y servicios.
- Aumento del índice de natalidad con la entrada de inmigrantes en edad de procrear.
- Rejuvenecimiento de la sociedad catalana.
Si bien Cataluña, con su tradicional carácter abierto al exterior, en el pasado supo acoger e integrar las fuertes corrientes migratorias, enriqueciéndose y disfrutando de las potencialidades de la heterogeneidad, en los últimos años surgen dificultades crecientes en el proceso al que estamos sometidos en la última década. La explicación hay que buscarla en las incertidumbres derivadas de la globalización planetaria, que se desarrolla paralelamente con el incremento en más de un cuarto de millón de extranjeros residentes en Cataluña en el período 1991-2002, incremento que ha situado el número de ciudadanos foráneos con permiso de residencia en 328.461, un 5,05% de la población catalana. Un porcentaje que sólo hace que crecer y que se prevé que alcance en pocos años el 10%. Un colectivo plural y representativo de los diversos pueblos que llenan el planeta entre los que destacan los que procede del norte de África, 1 de cada 3 tres de los inmigrantes.
Que Cataluña haya superado con éxito los procesos migratorios del pasado no es ninguna garantía de que el actual proceso se supere con éxito, a menos que se asuman las actuaciones y políticas encaminadas a afrontar los retos y desafíos derivados de la nueva situación. Hay tres razones radicalmente diferentes a las olas precedentes y en concreto la del 1500 procedente de Occitania, que llegó a ser un 20% de la población catalana, y la del siglo XX. En primer lugar, entonces, a diferencia de ahora, las raíces culturales eran fundamentadas con el cristianismo y la independencia del poder político y eclesiástico, los valores y los desequilibrios sociales entre los territorios origen y destino no eran excesivamente distantes, y el asentamiento entre nosotros no requería de la intervención explícita de la Administración.
En segundo lugar, existía una fuerte demanda de «mano de obra». La creciente industria catalana originaba significativas corrientes migratorias desde el mundo rural catalán hacia las ciudades y colonias industriales, este corrientes eran insuficientes tanto para cubrir las necesidades directas de la industria, como aquellos puestos de trabajo indirectamente generados por aquella y los derivados del crecimiento urbano . El dinamismo industrial y la oferta de empleo, sensiblemente mejor que las existentes en zonas desindustrialitzades, originaron el flujo migratorio hacia Cataluña encuadrado en un contexto de «trabajo garantizado». La voluntad de mejora y de progreso que genera el estímulo básico de dejar la tierra propia se sumaba a la existencia de demanda, consecuentemente de inmigración, en Cataluña. Este binomio que funcionando armónicamente facilita la integración de los inmigrantes no se produce en estos momentos y previsiblemente no se producirá en el futuro, los datos y tendencias más bien indican lo contrario a medio y largo plazo.
En tercer lugar, la competencia era local, el destino de los pueblos y la capacidad competitiva de las industrias estaba en manos propias, o de las administraciones del Estado. La progresiva internacionalización económica, la globalización de los mercados, la importancia y capacidad decisional de las empresas multinacionales, y más próximamente el proceso de integración Europea primero y la ampliación hacia los países del este Europeo en la actualidad, dibujan un panorama donde la capacidad de construir el futuro se escapa de las capacidades propias entrando en competencia con las foráneas. La falta de preparación, la exigencia de competir en base a la generación de productos y servicios de alto valor, y fundamentando el proceso productivo en la terna: ciencia, tecnología y diseño, dibujan un horizonte donde los miedos a la pérdida del bienestar incrementan, en especial en aquellos colectivos con menos formación y menos posibilidades de afrontar los retos y las exigencias de la Sociedad del Conocimiento. Obviamente para ellos, los inmigrantes son considerados los responsables de poner en peligro su situación social y laboral, ellos se convierten en sus competidores, los que reciben una parte de los recursos que les corresponden y ponen en peligro su trabajo. En un mercado en restricción en un mundo desequilibrado los ‘penúltimos’ son los que más pueden dificultar la integración, sin despreciar las actitudes radicalizadas originadas por inmigrantes sin esperanza.
Autor: Moises Bolekia