El lenguaje tiene dos aspectos que lo constituyen. Para explicar esto, recurrimos a una frase de santo Tomás de Aquino: “corpus explicatio animae”: “el cuerpo es una explicación del alma”; de tal manera que no se puede separar, sino solamente distinguir el cuerpo del alma, porque constituyen una substancia. Aunque especulativamente decimos que el cuerpo y el alma son una sola substancia, tendemos a pensar de una forma dualística a la manera de Platón. Con esta frase, el Aquinate anula toda posibilidad de ser considerado dualista.
El cuerpo es la extensión, la manifestación, la “parte externa” del alma. Ninguna actividad humana es puramente espiritual, toda actividad humana es espiritual y corporal. Nosotros tendemos muchas veces a pensar al hombre como excesivamente material o como excesivamente espiritual, pero todo en el hombre va íntimamente vinculado.
De tal manera que en el lenguaje también se manifiesta el hilemorfismo (materia y forma) del hombre. El lenguaje tiene dos aspectos fundamentales (material y espiritual): uno considerado material, que es la voz, que extrañamente no tiene ningún órgano, sino que todos los órganos sirven para producirla (pulmones, tráquea, garganta, labios, cuerdas vocales, etc., cada uno con su función), y otro considerado formal, que es el sentido, que hace del sonido un lenguaje. El sentido es el que conforma el lenguaje y hace que sea tal lenguaje.
Así como el alma conforma el cuerpo, el sentido conforma la voz: la voz es una explicación del sentido. El lenguaje es una explicitación del sentido. De tal manera que si no tuviera sentido, sería meramente una emisión de voz sin contenido inteligente. Cabe destacar que tan material puede ser el sonido que podemos transformarlo en una onda electromagnética La forma es el sentido y la materia la voz, el sonido. Como vemos, el sentido juega en la vida del hombre una función esencial. El mero flatus vocis nominalista no tiene sentido y por lo tanto no es palabra. La palabra sin sonido no sería palabra, y el sonido sin sentido no sería palabra.
La palabra, como signo vocal o escrito, en tanto que realidad física, resulta susceptible de observación, pero el sentido, en tanto que realidad espiritual, escapa a la verificación científica. El fenómeno lingüístico ofrece, por ello, estas dos caras que hemos mencionado: una visible (el signo o significante) y otra invisible (el sentido o significado). Ambas caras forjan una unidad indisoluble, unidad que ya hemos comparado a la unión del alma y el cuerpo. De Saussure aproxima esa unidad a un compuesto químico tal como el agua, pero Gilson rechaza esa aproximación, debido a que el oxígeno y el hidrógeno son gases, y, por ende, elementos homogéneos; la palabra y el sentido, por el contrario, no son homogéneos, ya que pertenecen a “registros” diferentes. Por ello, la unión del signo con su significación podría considerarse como una especie de composición hilemórfica: “la palabra sería la materia, cuyo sentido es la forma” . Y así como la separación de la materia y la forma entraña la disolución del compuesto, la ausencia del sentido o del vocablo suprime la unidad lingüística.
Con el desarrollo de las Ciencias del Lenguaje se ha hecho del lenguaje el principal factor de conocimiento. Pero a lo largo de este proceso, las distintas escuelas como la lingüística, el estructuralismo, etc., han hecho hincapié únicamente en la parte material, prescindiendo del significado. Sin embargo, por más que trabajemos los signos, las palabras de lenguaje, debemos atender a aquello fundamental del lenguaje: el sentido. Porque los sonidos sin sentido no son lenguaje. Por esta razón, debemos recuperar el sentido.
El alma racional, específica y exclusiva del hombre, engendra un conocimiento intelectual, susceptible luego de ser comunicado por medio de la palabra. En tal sentido, la función del lenguaje consiste en significar, es decir, en expresar un sentido o significación, a través de los signos, que son las palabras, habladas o escritas. Todo aquél que habla quiere transmitir algo, y eso que quiere transmitir es el sentido. Cuando oímos el lenguaje, decodificamos, es decir, comprendemos el sentido. Donde hay lenguaje, hay sentido, o mejor dicho, comunicación de un sentido o significación. El lenguaje propiamente dicho es el lenguaje hablado, el cual significa un sentido, en tanto que el lenguaje escrito no hace más que significar el hablado.
El “signo” significa, es decir, vehicula una significación. El sentido que el lenguaje transmite, merced a las palabras, es el sentido de un concepto o idea. Por ende, el dominio de lo semiótico (estudio de los signos) no puede desvincularse del orden semántico (estudio del significado de los signos lingüísticos).
Bibliografía utilizada
Echauri, Raúl, El pensamiento de Etienne Gilson, EUNSA, Pamplona, España, 1980.
Escritor: Flavio Emanuel Brecciaroli