El rol que me tocaría asumir es el de Maestra Comunitaria, junto a otra colega, un coordinador y tres talleristas. El lugar, la Escuela N°27 Eva Duarte de Perón, situada en la ciudad de Alejandro Korn. Sin dudarlo abrí la puerta y salí hacia el encuentro con aquellos otros/as. Desde ese día la mirada sobre la educación, la escuela y sobre el aula no volvería a ser la misma. Creí que iba a educar, sin embargo fui educada. Comenzamos nuestra labor en el mes de mayo de 2012, ese mismo día conocí a los distintos actores sociales que circulaban en la escuela, también a ellos y a ellas, niños/as de seis a doce años, cada uno/a con particularidades diferentes.
Por mi parte me acerqué y comencé a relacionarme, por lo pronto venía de afuera, como una extranjera, a tratar de cumplir con una tarea, que junto con mi compañera deberíamos llevar a adelante. Ahora bien, la pregunta era: ¿Cómo incluirme en una comunidad social y educativa nueva? ¿Cómo crear espacios de pertenencia e inclusión para los chicos? ¿Cómo crear estrategias de enseñanza significativas para niños/as, que se encontraban en situaciones de vulnerabilidad? ¿Cómo hacer que la tarea, qué mi estar ahí tenga sentido para ellos/as y para mí? La primera respuesta que encontré a todos los interrogantes, en la medida que trascurría el tiempo, fue a través del vínculo.
Luego de hacer las observaciones pertinentes (ya corría el mes de junio) hubo un grupo de hermanitos/as que me llamó la atención, pues poco hablaban el español y uno de ellos no se encontraba escolarizado, es así que hablé con las maestras de grado, con el equipo de orientación escolar y directivos para obtener conocimiento sobre aquella familia, llamada dentro de la institución “Los Mereles.” La información que me brindaron era que el mayor obstáculo al conocimiento estaba dado porque las niñas hablaban guaraní y no podían seguir la clase, ni apropiarse del contenido escolar. Por esta razón, nos comenzamos a juntar tres veces por semana en la biblioteca de la escuela, con (L) y con (P) más tarde se agrego (A) y finalmente, el menor de los hermanitos(C), gracias al trabajo del equipo de gabinete que logró que el niño menor se escolarizara. Así mismo, con mi par pedagógico comenzamos acercarnos a la casa de los chicos/as para conocer más acerca de ellos y saber cuál era la realidad familiar.
En esas visitas conocimos a la mamá de los pequeños y a una hermana con capacidades diferentes. La madre fue un eslabón muy importante para que los chicos se incluyan en la escuela, ya que a partir del vínculo de confianza que estableció con nosotras comenzó a mandar a sus hijos de manera regular a la escuela. Ya corría el mes de julio, la familia, inclusive la madre de los chicos/as, comenzó a hacer participaciones en la institución. Concurría un sábado que otro, a amasar pan casero para todos los chicos y chicas que participaban del programa.
La estrategia de trabajo que diseñamos para el abordaje con esta familia, fue en primer lugar no tomar el sentido del idioma extranjero no como un obstáculo, sino como un vehiculizador para la posterior adquisición del español. En segundo lugar, trasmitirles un profundo respeto hacia su cultura y por último a partir de la verdad familiar comenzar a construir saberes cargados de sentidos para ellos .
Nos volvimos relacionar con el grupo familiar luego del receso invernal, a esta altura del año las maestras de grado comenzaron a ver un progreso significativo en el desempeño escolar de los chicos/as. Por otro lado, los pequeños nos refirieron que vendían pan casero en el barrio cuando no asistían a la escuela. Ese fue el motor del que partimos para alfabetizarlos. A partir de distintos interrogantes como: ¿Venden mucho pan? ¿Cómo lo hacen? Y propuestas del tipo: ¿qué les parece si hacemos panfletos para repartir en el barrio, así indicamos qué es lo que venden? Ello implicaría escribir en español.
Durante toda la segunda parte del año trabajamos de este modo, frente a la necesidad comunicativa de ellos. Establecimos puentes entre el guaraní y el español, entre la familia y la escuela, entre el colegio y la comunidad, entre nosotras y ellos. Al finalizar el período escolar los niños/as pasaron de año y lograron una alfabetización acorde a sus posibilidades. Nosotras nos sentimos imbuidas en una pedagogía de la esperanza .
Escritor: María Laura Rodríguez