El niño en griego es denominado το παιδί (Finley, 1994), sustantivo neutro utilizado para denominar tanto a los niños como a las niñas. Uno de los textos griegos que más utilizó esta palabra fue la Paideia o “crianza de los niños” (Aries, 1993). Entre los autores griegos más influyentes en el tema de la niñez se encuentra Homero, quien en la mitad del siglo VIII a.C. influyó en la vida de los griegos con sus relatos de la Ilíada y la Odisea, los cuales exponían una forma de educar a la niñez, exaltando los valores de la nobleza, la generosidad, la constancia, la fidelidad, el valor y la abnegación. Continuando con esta tradición, Sófocles y Eurípides concibieron una propuesta educativa por medio del teatro; aportando a la educación infantil el método de “reflexión práctica” frente a los temas de: las artes, la danza y la música.
Lugo sería Platón otro de los grandes influyentes en el tema, esto lo hizo por medio de sus Diálogos, en ellos, el autor hace énfasis en la importancia de la educación de los niños, en aspectos tales como: político, estético, filosófico y de comportamiento ante el Estado. Platón, además, consideró la educación como la única vía posible de llegar a una vida justa en la Polis o Estado. Más tarde, Aristóteles su discípulo, nombraría al niño como un ser de necesidades específicas frente a la formación o educación.
Siglos más tarde, San Agustín, autor de tradición cristiana, expondría la tesis de que el hombre nace del pecado, siendo el niño la imagen viva de este, ya que es a partir de su concepción que el hombre pone en acto la remembranza del pecado primero. Este planteamiento llevó a las personas de su tiempo a alejar a los niños de sus hogares, separándolos del amor y de los cuidados maternos.
Para el siglo XV, la sociedad occidental asume los postulados de San Pablo, los cuales en su sentido más amplio coinciden con los de san Agustín, esto es, que los niños eran entidades llenas de maldad. Debido a ello, se les sometió a castigos corporales despiadados con el fin de lavarles sus culpas.
Luego, la filosofía de Edmund Burke (1790) sostuvo que: “la naturaleza humana es mala y anárquica de por sí y, por lo tanto, es necesario instruir a la gente en la ética y garantizar así la conducta responsable” (p.208). Lo que provocó el desarrollo de un sistema educativo que no proporcionaba conocimientos, sino que enseñaba la ética y la decencia por medio de maltratos, golpes y torturas con el único propósito de corregir las tendencias perniciosas intrínsecas en los niños.
Es John Locke, en 1693, el autor que se encargaría de darle un giro a la historia del niño, por medio de su máxima: “El niño es como una pizarra en blanco donde no hay nada escrito y por lo tanto no es malo ni bueno” (1986, p. 23). Como puede notarse, esta frase de Locke le da al niño el lugar de “nada”; con ello, su filosofía se afanó por demostrar que la personalidad y todos los rasgos de los niños pueden ser moldeados, ya que ellos aprenden a través de experiencias sensoriales.
Para el siglo XVII, el niño ya es considerado una especie de ángel en estado de pureza. Se asevera en esta época que los niños ven el cielo y los seres angelicales que rodean al trono de Dios. En el año de 1762, los pensamientos de que el estado de bondad del niño y de sus impulsos naturales debía de ser aceptados como un principio, fueron reclamados por Jean Jacques Rousseau, quien con su máxima de que: “El niño nace bueno la sociedad lo corrompe” (1973, p. 67), logra ubicar al niño en un lugar privilegiado. En el Emilio (Rousseau, 1973) el autor presenta una propuesta educativa fundamentada en el alejamiento del niño de la sociedad, con el fin de que no fuese corrompido por ésta.
Fue en 1814 cuando se dio por terminado en Inglaterra el método de educación del aprendizaje obligatorio de los niños. Al tiempo, las desmedidas fuerzas de la industrialización produjeron el aumento del trabajo remunerado, disminuyendo en gran medida la servidumbre y los trabajos físicos de los niños. Debido a esta nueva era, los niños pudieron regresar a vivir con sus familias por periodos más extensos.
Sería Charles Darwin en 1859 quien entregaría al mundo la teoría de la evolución de las especies, teoría con la cual se logro contradecir el imperio teológico-cristiano, reinante hasta la época en torno al niño. Esta nueva forma de logos tuvo una perspectiva de base puramente biológico-organicista, lo cual colocó al niño en una nueva posición: la evolucionista. Posición que si bien lo favorecía y lo apartaba un poco de las fauces radicales de la divinidad y de lo demoniaco, también lo dejaba al amparo del mero organismo y por fuera del lenguaje, por ende, del deseo y de la sexualidad.
A principios del siglo XX la humanidad conocería un nuevo paradigma teórico llamado psicoanálisis, el cual cambiaría radicalmente todas las concepciones anteriores acerca del niño. Sigmund Freud logró sentar una posición racional frente al lugar del niño en el mundo; dicho aporte, no solo le valió un reconocimiento por sus aportes al desarrollo del pensamiento humano, sino también, innumerables enemigos y opositores, dado que otorgó a la sexualidad humana un estatus simbólico que se construye a partir de la historia particular de cada sujeto en la infancia, sin que en ello intervenga nada de lo biológico. Lo anterior entonces, le entrega al niño un lugar particular en el mundo, un lugar como “sujeto de deseo, sujeto de lenguaje”.
BIBLIOGRAFÍA
Copleston, Frederick Charles (2000-2004). Historia de la filosofía. Barcelona: Editorial Ariel
Freud, S. (2011). Obras Completas. Amorrortu Editores
Escritor: ASTRID HELENA ARRUBLA