Durante las primeras décadas del siglo XX, los desastres eran concebidos como eventos o situaciones ligadas a la naturaleza que, ante la imposibilidad de controlarlas, eran inevitables (Reyna, 1998). Sin embargo, su comprensión ha variado de las significaciones religiosas a las manifestaciones racionales y de poder social, pero asociándose, principalmente, con creencias religiosas y científicas que conciben a la sociedad como ente pasivo; muchos de los esfuerzos por analizarlos desde perspectivas académicas, han sido abarcados desde un dominante paradigma positivista, en el cual se indica la relación invariable de fenómenos naturales con la aparición de desastres o, como señala Rodríguez (1998), en la expresión de la acción de la naturaleza sobre las sociedades. A partir de las últimas dos décadas del siglo XX, los enfoques de análisis del desastre dieron un gran giro cualitativo al introducir al hombre y sus formas de organización social como factores determinantes para la generación de desastres (Mansilla, 1996).
Actualmente, la noción acerca de que los desastres son necesariamente naturales, o sea, causados directamente por un fenómeno externo al proceso social de una comunidad ha generado discusiones amplias ya que la categoría “natural” se ve notoriamente restringida al considerar la posibilidad que los desastres son el resultado de una confluencia de vulnerabilidades desarrolladas históricamente. Como Hewitt (1983, en García Acosta, 2005) menciona, los desastres no son eventos concretos, sino procesos que se gestan a lo largo del tiempo hasta derivar en sucesos que afectan a las comunidades en todos sus niveles.
A través de análisis de diversos desastres catalogados como naturales, Lavell (1998) cuestionó la pertinencia y suficiencia de dicha categoría. Enfatizó el papel que juegan las sociedades en la construcción de los eventos a través de procesos naturalizados e institucionalizados que recrean condiciones propicias (vulnerabilidades) para que se desarrollen desastres de índole “socionatural” , los cuales evidencian la creciente desigualdad y el dispar desarrollo social en las comunidades al reflejar las condiciones sociales, políticas, económicas de un país, de una región, que han sido sostenidas a través del tiempo por instituciones sociales; ante tal panorama, una de las razones por la que es necesario conceptualizar a los desastres como socionaturales radica en la posibilidad de entrelazar diversas fuentes de conocimiento y así ampliar el bagaje conceptual y empírico que facilite la inclusión de diversas formas de prevención y puentes sociales entre ciencia y comunidad.
Virginia García Acosta (2005) menciona la existencia de tres posturas para el estudio de los desastres desde las ciencias sociales: el económico (que calcula riesgos desde la pérdida y ganancia), la de la filosofía europea (donde todo es el resultado de una decisión racional) y la visión de Mary Douglas que considera al riesgo como un valor común en una sociedad. En éste sentido, Douglas (1996) hace una distinción crucial que pone en entredicho las dos visiones anteriores, o, que al menos, les da un sentido complementario desde el punto de vista cultural y simbólico. Aclara que la experiencia que registramos en el ambiente está mediada por diversas categorías conceptuales creadas a través de la interacción y que por lo tanto, la forma en la que sobrevenga el desastre depende de cómo sea interpretado el evento, de las percepciones y construcciones sociales.
Relacionadas con la idea de que tanto el riesgo como el desastre se generan socialmente, se identifican dos posturas. Dichas visiones aun cuando comparten la etiqueta de “construcción social” tienen focos de interés diferentes pero complementarias al preocuparse por analizar al contexto social en que se genera un desastre: el primero se enfoca a la construcción material relacionada con las vulnerabilidad, a los sectores institucionales y comunitarios que son generadores de riesgo en diversos ámbitos y el segundo es el desarrollado bajo la visión de la percepción social del desastre, postura que considera que la definición del riesgo dependerá de cómo la comunidad le construya en su interrelación, rescatando los aspectos simbólicos que intervienen en su construcción intersubjetiva (García Acosta, 2005). Ligada a éste planteamiento, Mary Douglas (1996) propone considerar a los riesgos como una lente para agudizar el foco sobre la organización social misma ya que las instituciones utilizan su noción de riesgo para controlar la incertidumbre en la comunidad respecto de las acciones humanas. En otras palabras, tanto si se nombra a la naturaleza como juez o como víctima del desastre, el proceso es altamente político ya que se utiliza a la idea de la naturaleza para ejercer presión social.
En resumen, los desastres son parte de un proceso y no de un evento extraordinario de índole destructivo; así mismo, necesitan ser examinados a partir de tres factores: amenaza, vulnerabilidad y riesgo, siendo que tan sólo uno (amenaza) hace referencia específica al fenómeno -natural o generado por el hombre- que se visualiza en el paradigma naturalista como causante directo del desastre. Los siguientes dos conceptos incluyen a los componentes sociales, económicos y políticos que se relacionan con situaciones que contribuyen en la generación de desastres.
Referencias
García, V.. (2005). El riesgo como construcción social y la construcción social de riesgos. Desacatos: revista de antropología social. 19. pp. 11-24. en http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/139/13901902.pdf
Lavell, A. (1998). Desastres y Desarrollo: Hacia un Entendimiento de las Formas de Construcción Social de un Desastre: El Caso del Huracán Mitch en Centroamérica. Radical Interpretations of Disaster. en http://www.google.cl/url?sa=t&source=web&ct=res&cd=7&url=http%3A%2F%2Fwww.radixonline.org%2Fresources%2Fallan-lavel-desastres-y-desarrollo.doc&ei=qcC6SLHaAaioepiv_aID&usg=AFQjCNElJPiezi4WHLIzZNIY6HzbEErPgw&sig2=_TKDG4iIRLbolza5CghXGw
Mansilla, E. (1996). Notas para una reinterpretación de los desastres. Negociando los contextos de la prevención de desastres. Desastres, modelos para armar. Ed: Elizabeth Manzilla. La red.
Reyna, A. (1998). Algunas contribuciones de la demografía al estudio de los desastres. En D. Rodríguez y M. Garza (Eds), Los desastres en México: Una perspectiva multidisciplinaria (pp. 39-58). México: UIA
Rodríguez, D. (1998). Desastre y vulnerabilidad. Entre las ciencias naturales y las ciencias Sociales. En D. Rodríguez y M. Garza (Eds), Los desastres en México: Una perspectiva multidisciplinaria (pp. 19-38). México: UIA.
Escritor: Razi Marysol Machay Chi