Nosotros pensamos que las diferencias entre la educación que reciben los chicos y la que reciben las chicas son el origen de la desorientación y de las decepciones de los adolescentes, para que los convierte en dos mundos casi opuestos. Los unos son educados para ser activos sexualmente, las otras para ser pasivas y contener los primeros. Esta educación, tanto la formal como la informal, está centrada en los riesgos asociados a la actividad sexual -sobre todo los derivados de la penetración- y no trata en absoluto el placer que reporta la comunicación, la expresión del afecto o de el amor al otro. Sólo reprime y crea miedos. Es además un sistema perverso que convierte las chicas en las depositarias del control de una supuesta incontinencia sexual masculina. Y los chicos en máquinas sexuales sin sentimientos.
El trabajo que pensamos que se debe llevar a cabo con nuestros alumnos consiste en evidenciar sobre qué clase de sentimientos está montado nuestro orden social y cuál es el papel que las emociones cumplen. Victoria Sau (1995) nos cuenta que nuestra cultura margina las emociones como factores de influencia en la vida social -es sano quien controla los sentimientos-, pero, en cambio, se afirma que el odio es consustancial a la ser humano y se justifica así la guerra, la tortura, la competitividad económica … No es extraño, pues, que el devaluado mundo de las emociones quede solamente de la parte de las mujeres. Estas tienen el monopolio de la afectividad y del amor -del amor maternal-, infravalorado porque se considera intuitivo -natural-, y lo que no cuesta no tiene mérito y como se hace por amor es gratis.
Hay que decir que este amor sí que cuesta, y cuesta mucho sufrimiento y muchos sacrificios a las mujeres, y que no son ni malas ni culpables las que no quieren tener hijos, en todo caso corresponsables de un mundo que está por encima de la solidaridad y del amor la competitividad y el odio, y que además atribuye estos rasgos a las mujeres por un lado, y los hombres por otra.
Ejemplos de ello los tenemos continuamente en la prensa: el estereotipo de una supermujer directiva y ambiciosa, lo que la convierte en réplica y superación de los hombres, que por el pecado de la ambición, atributo típicamente masculino, se desvaloriza como mujer . Nuestra tarea educadora evidentemente deberá aportar una dimensión más abierta y completa de los diferentes roles que cualquier persona puede desarrollar, desculpabilizar las mujeres, animar a los hombres a desarrollar facetas enriquecedoras que no son monopolio del mundo femenino, y también a utilizar los mismos criterios de valoración para hombres y mujeres.
Autor: Materiales de sexualidad. Rosa Sanchis.