Desde antes del nacimiento, gracias a la amniocentesis o la ecografía, los padres pueden saber el sexo del bebé que esperan. A partir de este conocimiento del sexo genital los padres y su entorno más inmediato comienzan a generar una serie de expectativas que giran alrededor del género: de qué color pintarán su habitación, como será la ropita que le comprarán, etc., e incluso pueden empezar a hablar a la criatura que está por nacer con un tono de voz y con unas expresiones diferentes según sea niño o niña. En general, los padres se comportan diferente con las hijas y con sus hijos.
Las criaturas pronto captan este hecho. Antes de los dos años ya reconocerán que hay objetos y actividades que son de niña y los hay que son de niño. Disfrazarse puede ser una forma más de reafirmarse en el rol de género A partir de los dos años comenzarán a ser capaces de clasificarse a sí mismas como niñas o como niños y a utilizar los pronombres personales masculinos y femeninos. A la hora de clasificar los otros como pertenecientes a un sexo o al otro en lo que se fijan no es en los atributos sexuales, sino en determinados rasgos externos como, por ejemplo, el peinado o el vestido. Además, valoran más positivamente y se fijan más en todo aquello que hace referencia a su género.
Así, hacia los tres años una criatura pone mucho interés en imitar e incorporar todo lo que según la sociedad en la que vive corresponde a su sexo y rechaza lo que es típico del otro. Por ejemplo: una niña de esta edad estará encantada de ponerse faldas y hacerse una coleta con el pelo largo. Ahora bien, si bien las criaturas menores de tres años aceptan bastante bien que otro haga cosas que no corresponden a su género, a partir de los tres años y hasta los ocho o nueve, esta permisividad se cerrará y se verá como ridículo o bien como incorrecto que, por ejemplo, un niño se pinte los labios y las uñas o que una niña diga que de mayor quiere ser albañil. Esta rigidez deriva de que en la etapa preescolar la identidad sexual del niño está en construcción.
A partir de los seis o siete años ya se ha logrado la constancia de sexo: comprenden que pertenecerán al sexo femenino o al masculino para toda la vida y que aunque un niño se vista de niña sigue siendo un niño; y lo tienen claro porque ahora ya entienden que lo que determina si son niñas o niños son sus genitales. En alcanzarse la constancia de sexo pueden ir flexibilizando su visión de los estereotipos de género, y ya no tienen tanto miedo de perder la identidad sexual aunque hagan cosas que son «Propias» del otro sexo.
Traducido: Intervención para el desarrollo sexual del niño. M. Carmen Marín Prieto y Anna Maria Riera Campos.