Las características de la demanda, los sectores afines, los competidores potenciales, los proveedores, la cultura y la rivalidad entre las empresas son los elementos que configuran el entorno donde éstas tienen que competir. A medida que el entorno internacional presiona, los países, a fin de mantenerse en lugares competitivos, presionan a las empresas a innovar y invertir, condición para que éstas mejoren.
La competencia es cada vez más global y en estas circunstancias, el papel del entorno toma mayor importancia. Las diferencias de los valores nacionales, de cultura, de la organización económica y, más concretamente, lo que se ha llamado espacio de apoyo, también contribuyen al éxito de las empresas.
La competitividad de una empresa se define sintéticamente como la capacidad de confrontarse y de mantenerse en una relación de rivalidad entre dos o más productores o comerciantes con vistas a controlar el mercado más amplio posible.
Las empresas experimentan una intensa presión para mejorar la calidad y las características del producto, reducir los costes y el tiempo de desarrollo de productos nuevos. La pérdida de rentabilidad en productos, cuyo desarrollo necesita de dos años en lugar de uno, puede ser sorprendente. Todas las empresas se enfrentan con la urgencia de reducir el tiempo de introducción de un producto en el mercado.
La productividad, determinada por la medida del proceso productivo respecto a los diversos los factores que intervienen, es una de las condiciones de la competitividad de la empresa, pero no la única cuestión a considerar. Se han añadido otros indicadores que condicionan la competitividad de la empresa como la eficacia productiva, medida en términos de rentabilidad económica final, los costes de fabricación, los estructurales, de investigación, de marketing y de permanencia en los mercados, determinados por aspectos innovadores, de calidad y de fiabilidad.
Uno de los factores determinantes a favor de una I + D más eficaz lo constituye el moderno entorno competitivo, en el que la rápida y sostenida introducción de nuevos productos de alta calidad, innovadores y coste efectivo, viene acompañada de la rapidez con la que se estandarizan los productos, los procedimientos de fabricación y los servicios.
Una I + D más eficaz debe evitar que la destrucción en valor en la estandarización sea mayor que la creación de valor mediante la innovación. La actualización se ha convertido en la clave del juego en el que la innovación no es un concepto que deba aplicarse unilateralmente a la actividad productiva sino de igual forma a toda la actividad organizativa.
Las ventajas competitivas conseguidos por una acción de innovación se pueden imitar y, en consecuencia, los competidores, a pesar de los obstáculos jurídicos, llegarán a imitar de una u otra lo que hace tener ventaja o asumirán que los deja de dar ventaja. La competitividad permite la imitación pero no permite repartir el éxito.
En el escenario de la competitividad empresarial, la innovación debe fundamentarse en una gestión estratégica que garantice al menos la mejora de los propios productos en base a criterios internos de calidad o externos de referencia para los productos que son propios.
La competitividad está determinada por la productividad, definida como el valor del producto generado por una unidad de trabajo o de capital. La productividad es función de la calidad de los productos (de la que depende el precio) y de la eficiencia productiva. Por otra parte, la competitividad se presenta en industrias específicas y no en todos los sectores de un país.