Cuando un sujeto se presenta a una consulta psicopedagógica, inmediatamente se abre un espectro de dudas e incertidumbres, fantasías, temores… en relación a lo que se realiza en ese tiempo, en el consultorio, encerrado con el profesional. El presente ensayo intenta abordar de manera clara y simple en qué consiste la práctica profesional en este campo.
Frente al fantasma que gira en torno al quehacer del psicopedagogo es necesario en primer término aclarar en qué consiste el encuentro entre el consultante y el profesional. Este último debe contar con una amplia formación teórica, tanto en la disciplina psicológica como pedagógica, a fin de posibilitar un ejercicio competente de su rol. Además, debe conocer diferentes recursos y estrategias de abordaje de un sujeto en situación de aprendizaje para garantizar una adecuada y apropiada elección de los mismos, en función de cada situación en particular.
Dentro de dichos recursos, se destaca el valioso aporte que los juegos brindan en el tratamiento. Aun cuando quienes consultan, al finalizar el encuentro cuenten que estuvieron jugando, es importante saber que en el juego se plasman aspectos afectivos como también así cognitivos. Es en esa zona intermedia -el jugar- en la que se despliegan actitudes, sentimientos, conocimientos inclusive conflictos , donde puede actuar el profesional, ayudando al paciente a elaborar situaciones y resignificar aspectos de la vida anímica que intervienen en el aprendizaje, perturbándolo. Por tal motivo, se debe considerar que el rol del Psicopedagogo no se limita sólo al tratamiento de reeducación de los aspectos que presentan dificultades en situaciones de aprendizaje, sino también al trabajo para favorecer el desarrollo de las potencialidades de los pacientes en relación con el aprendizaje.
Entonces, cabe debatir si el quehacer del psicopedagogo se encuentra entre la Pedagogía y la Psicología. Esta propuesta posiciona al psicopedagogo en un sitio particular en el que se interceptan la pedagogía y la psicología. Un lugar que le es propio, un lugar en el que se entrecruzan, intercambian y confluyen diferentes aspectos que hacen a la singularidad del paciente en relación con el aprendizaje.
A partir de allí es posible interpretar que para el buen desempeño del rol del profesional en la Psicopedagogía, se debe, ante todo, conocer los campos de acción que le atañen a su labor, como así también sus límites. De este modo, un trabajo responsable posibilita que el profesional no se posicione en el lugar del sujeto que tiene el saber absoluto sobre cada una de las historias y sucesos de la vida del paciente, sino por el contrario, es necesario un posicionamiento en el lugar de un sujeto capaz de interactuar con profesionales de otras disciplinas a fin de brindar una ayuda apropiada al consultante.
Por lo tanto, para poder realizar un adecuado abordaje de la situación que se le presenta, es necesario que el psicopedagogo no adopte una postura ortodoxa y cerrada desde uno de los dos polos –entiéndase pedagógico / psicológico- que confluyen en el campo que le atañe al profesional en cuestión, sino por el contrario, es menester focalizar el desempeño en el encuentro de lo psicológico y lo pedagógico. Asimismo, es fundamental pensar a cada consultante en función de la cultura a la que pertenece y, por sobre todo, no olvidar la peculiaridad que lo caracteriza.
Es importante considerar que en un encuentro psicopedagógico está en juego tanto la singularidad del paciente como la del profesional, para poder intervenir utilizando los recursos y las estrategias más convenientes y adecuadas para cada situación. Si articulamos los aspectos abordados hasta aquí, es decir, la elección y el uso apropiado de los distintos recursos y estrategias que facilitan la teoría y una postura abierta de reflexión, cuestionamientos, dudas e intencionalidad de crecimiento, así se estaría abriendo la posibilidad del ejercicio profesional desde un lugar enriquecedor que permitiera el interjuego de conceptos y experiencias que complejizan la mirada frente al mundo profesional.
Apostando al entrecruzamiento constante entre la teoría y la práctica, se estaría apuntando a un intercambio que enriquece y no empobrece, que abre y no cierra mentes, que permite luchar por correrse del lugar del deslumbramiento ante las ideas, ya que el mismo deja en el lado oscuro de la pasividad tanto a quien la produjo como al que la recibe.
Una vez llegó a mis manos una historia interesante y oportuna que viene a mi mente cada vez que reflexiono acerca del quehacer profesional. Es por ello que deseo compartirla con ustedes, los lectores. La misma relataba que “un arquero zen enseñaba a su discípulo que para que el disparo dé en el blanco, primero es necesario focalizar la atención en el movimiento del arco. La cuerda se tensa hacia atrás, antes de que la flecha salga hacia delante. En esta primera acción se concentran las posibilidades del éxito”. Siento que la anécdota alude perfectamente al propósito de este ensayo: propiciar un espacio en el que se re-cree y re-pregunte acerca de la acción profesional, ya que compartiendo aprendizajes crecemos todos, paciente y psicopedagogo que trabajan en equipo en pos de un mejor desarrollo de las posibilidades de aprendizaje.
La propuesta es en consecuencia que los profesionales se permitan construir un verdadero puente de comunicación en el que es necesario que desde ambas orillas, la Pedagogía y la Psicología, se acepten todas las preguntas y respuestas. Sólo así, todos y cada uno de los que trabajan en relación con el bienestar de la salud y el desarrollo del paciente podrán crecer y posibilitar un mejor desarrollo del sujeto.
Escritor: Laura Yucovsky
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