Haití es un país que ha sido forjado a punta de contradicciones. La mayor de ellas tiene que ver con el hecho de que resulta difícil creer que la primera nación que hizo su debut en la historia de la independencia de Latinoamérica tras conseguir su libertad bajo la revolución comandada por Dessalines en 1804, sea la misma que durante el siglo XX retornó al colonialismo impuesto por norteamericanos y no por europeos, y que hoy, en los albores del siglo XXI, después de haberse transformado en una “patria zombie” de la cual el subdesarrollo ha hecho un fantasma, vuelve a tener reconocimiento, pero a través de una catástrofe natural. El desencanto del cual parece ser heredera esta nación antillana lleva a pensar que la libertad del pueblo haitiano se quedó en un mero sueño pues el tiempo y la historia han demostrado que, por la utopía libertadora Haití ha pagado nuevamente el precio de la esclavitud en la contemporaneidad.
Una segunda contradicción apunta a uno de los principales factores que, tras haber alcanzado su independencia, otorgaron a Haití un carácter nacional derivado de un pathos de distancia que tuvo como base el colonialismo. La identificación de los elementos que fueron el cimiento de la nacionalidad hatiana estuvo movida por un rencor hacia el colono reflejado, en un principio, en el ataque al mayor mecanismo de opresión de este: el capitalismo.
No obstante, las medidas tomadas para romper las relaciones del capitalismo mundial, entre las cuales estaban la ruptura con el mercado extranjero y la expropiación y eliminación del derecho de propiedad a los blancos residentes en el territorio nacional, fueron contraproducentes, puesto que pelear con un sistema que, dado a sus beneficios iba adquiriendo potentes adeptos, llevó a una batalla perdida que realzó un atraso con el cual no se logró la anhelada autarquía y que no dejó otra salida que una economía de subsistencia. Durante el siglo XIX, Haití solo alcanzó un nivel de desarrollo precapitalista que, para su desgracia, dependía del capitalismo mundial.
La tercera contradicción, también procedente del odio por el colono, es de índole racial. Haití ha sido una nación con una tradición cultural alienada por prejuicios que han ido en contra de sus raíces africanas. Esta raigambre ha sido atacada tanto por países lejanos como por naciones aledañas que han señalado al pueblo haitiano como el salvaje y pagano que consiguió su libertad a través de ideas ateas y afrancesadas.
Una prueba de ello es el antihaitianismo que definió el carácter hispánico de República Dominicana, un Estado que llegó a punto de desdeñar y sentir vergüenza de cualquier elemento que lo uniera a África y, no siendo su piel mulata un testimonio de la blancura y del cristianismo propio de los colonos hispanos, prefirió refugiarse en un pasado indígena que le acercara más al blanco español que al negro haitiano.
Entre muchas otras, estas contradicciones hicieron que, durante el siglo XX, Haití se transformara en un Estado vulnerable y en un territorio propicio y abonado para las malezas del neocolonialismo, las dictaduras y el subdesarrollo. Estas paradojas condujeron a la nación haitiana hacia una crisis en el siglo XIX y ayudaron a su vez a comprender los fenómenos que llevaron a este país a una tenaz alienación en las diferentes esferas de la sociedad, producto de abusos que se siguieron cometiendo durante el siglo XX y que se unieron a un fenómeno propio de este milenio, el populismo.
En un país donde la crisis fue, es y no se sabe a ciencia cierta si continuará siendo una constante, la dictadura del líder comunista François Duvalier, más conocido por su apodo creole Papa Dok, es un testimonio de cómo Haití ha sido encaminada hacia el subdesarrollo no solo por la acción de potencias mundiales como Francia y Estados Unidos sino por sus propios dirigentes, entre los cuales el mencionado líder hatiano se destacó por su singular modo de introducirse y consolidarse como padre y protector de su quebrantada nación.
El régimen de subdesarrollo duvalierista tuvo un carácter autoritario y su líder acudió a triquiñuelas fascistas para consolidar su dictadura. En el ascenso de Papa Dok al poder influyeron factores como un rol de líder paternalista establecido por su profesión de médico, el conocimiento de saberes populares como el vudú que no solo fue un punto de encuentro con las masas supersticiosas sino que se transformó también en un mecanismo para infundir temor y para autoproclamarse como líder espiritual, y un nacionalismo basado en la superioridad de la raza negra que era música para los oídos de una nación tan oprimida como la haitiana.
Durante la primera mitad del siglo XX, los derrocamientos presidenciales generaron una crisis política en Haití de la cual tomaron provecho los norteamericanos para ocupar el territorio bajo el supuesto de que esta nación no sabía gobernarse y con la promesa de que, con su ayuda, se modernizaría mediante un nuevo sistema económico y político democrático. Este sistema democrático fue aceptado por los líderes haitianos, entre los cuales estaba Duvalier, quien actuó como mediador entre el pueblo y los ocupantes yanquis y ascendió rápidamente a la presidencia y quien, posteriormente, transformaría su propia nación en un país zombie.
Con la promesa de desarrollo para el pueblo haitiano y de obediencia para la ocupación norteamericana, Duvalier abrió un juego en el cual Haití y EE.UU fueron piezas que impulsaron su dictadura, pues luego de obtener la presidencia, comenzó a sacar tajada de los préstamos que EE.UU le hacía a Haití en aras de generar un dominio a nivel económico en un territorio tan oprimido. La política duvalierista de autodestrucción conocida como papadocracia generó, entonces, una total dependencia económica y una crisis sociopolítica que durante todo un siglo llevaron a la nación haitiana a niveles insospechados de pobreza y de corrupción e hicieron del territorio haitiano un terreno abonado tanto para las nuevas dictaduras de sus sucesores presidenciales como para un creciente subdesarrollo que en el nuevo milenio se ve reflejado en la incapacidad de superar las secuelas ocasionadas por una catástrofe natural.
Autor: JULIETTE CAROLINA MEDINA SÁNCH