A través del tiempo, el pueblo colombiano ha reflejado la ausencia de verdadera independencia para su tierra, para su cultura y sus costumbres, es así como desde la época de nuestra controvertida independencia, las luchas por el poder y el disidente cambio en las ideologías políticas han hecho de éste un país sin alma.
A mediados del siglo XIX las guerras civiles eran rutinarias en territorio colombiano, las luchas entre liberales y conservadores se hacían cada vez más locales, hasta el punto de discriminar en el comercio a quien era liberal o a quien era conservador. Pero para los anales de la historia no es muy claro si el país realmente gozaba de una identidad bipartidista o si el pueblo colombiano era más bien manejado por dos o tres titiriteros que solo querían ver el país en llamas. A todo este enfrentamiento se le sumó un actor increíblemente fuerte, la iglesia, que demandaba poder al estado colombiano, un poder que consiguió con la caída de los pensamientos liberales y la posterior entrada en vigencia de la constitución de 1886.
En este momento Rafael Núñez le entrega en concordato (1887) a la iglesia la autonomía educacional, entre otros muchos puntos fundamentales que coartaron en su momento la libertad del pueblo colombiano. La razón que tuvo Núñez para tan aberrante decisión fue la disolución de su matrimonio con la que era su actual esposa para casarse con su novia de toda la vida, monseñor Paul le otorgó tan altísimo beneplácito a cambio de unas cuantas tierras y la educación de todo el país. Consecuencia de ello, la creación de universidades como la libre y el externado que profesaban la autonomía universitaria y la no intervención política en los ámbitos meramente pedagógicos.
Otro de los acontecimientos más entristecedores de la historia de nuestra fragmentada Colombia, es sin duda alguna la traición de Rafael Uribe Uribe, que posterior a la tercera conferencia panamericana en 1914 traiciona de la manera más infame al territorio que constituyeron nuestros próceres en la época de la independencia, cuando vendió a Panamá en el tratado Urrutia-Thompson que se realizo con Los Estados Unidos de América, quienes pagaron la suma de 25’000.000 de dólares. Algunos tratadistas han señalado éste como punto fundamental de la ruptura de una posible unidad nacional o equilibrio social, pero en realidad hoy en día los colombianos ni siquiera se acuerdan que alguna vez panamá y sus habitantes, no eran vecinos sino hermanos nuestros.
A pesar de que en la primera mitad del siglo XX fueron muchas las guerras y la violencia ocasionada por esa presunta identidad bipartidista, parecía que a los colombianos de la época no les disgustaba un sentir político que dividiera ciudades, barrios o esquinas. No fue sino hasta la transición electoral del gobierno de Santos y el gobierno de Lleras Camargo, que surgió a la vida política y social una persona que sería estandarte de la clase trabajadora del pueblo colombiano y la conciencia de todo un país que hasta ese momento se veía subsumido, y oscilaba entre la lucha ideológica de un partido y otro. Don Jorge Eliecer Gaitán, quien marcó con su muerte el principio del conflicto armado actual en Colombia y que tras más de cincuenta años de continuidad aun persiste, desiste y se resiste a dejar de existir.
Tras haber hecho la mayor denuncia contra United Fruit Company y la masacre de las bananeras, Gaitán emprende una lucha sin cuartel contra los Estados Unidos haciendo referencia al nacionalismo, a su gran frase “la tierra para el que la trabaja” fue un protector en el congreso de los derechos del campesinado, así como de los derechos del libre pensamiento. Entendió afablemente que el principal enemigo de la sociedad era el bipartidismo aristocrático cuyos jefes formaban en realidad un solo partido de dos caras, hecho para saquear el país y beneficiarse de él a espaldas de las mayorías.
A partir de ese momento Gaitán fue el jefe de la mayor fuerza popular de nuestra historia, de acuerdo con el orden democrático, era el seguro presidente de la republica y el instaurador de una idea de identidad y unidad para cada ciudadano colombiano. En el pensamiento de quienes en ese momento lo vieron gritar “yo soy un pueblo” Gaitán llegaría al poder no solo con un gran respaldo popular, sino con una enorme claridad sobre las reformas que requería la Colombia independiente, dueña de su tierra, dueña de sus recursos y dueña de su cultura.
Las historias sobre su muerte son muchas, y los culpables se doblan cuantitativamente, pudo ser un representante del FBI, un allegado del partido conservador, o simplemente una persona de estatura promedio, trabajo cualquiera, que se sintió ignorado por Jorge Eliecer Gaitán y sin mediar palabra acabó con su vida. Lo cierto es que el 9 de abril de 1948, el pueblo colombiano sintió como se escapaba de sus manos, una persona que prometía luchar contra el abuso, la barbarie, la corrupción y la desigualdad, sin duda alguna el territorio colombiano ardió en llamas ese día, llamas de presunta justicia, que después de cincuenta años, se han convertido en llamas de opresión, muerte y desigualdad.
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