Muchos de nosotros en algún momento hemos establecido una relación asimétrica con el otro, posicionándonos por encima de este al considerarlo “inferior”, debido a una serie de prejuicios y estereotipos que me impiden pensar que es posible aprender del otro por el simple hecho de no parecerse a mí o coincidir con la mayoría. Esta actitud la justificamos a partir de argumentos que naturalizan la situación del otro, sin plantearnos por un momento las condiciones y elementos que hacen parte de su origen y de su historia.
En todos los escenarios de la sociedad esta forma desigual de relacionarse con el otro es reproducida en mayor o menor medida, imponiendo un orden social de dominación que se asume como algo normal y no cuestionable. Ampliando así la brecha de desigualdad, exclusión y pobreza, cada vez más. Sin asumir ninguna postura al respecto ya que se considera que no hay mucho que hacer al considerar que es el orden natural de las cosas.
La cuestión es que estas formas de relacionarnos con el otro desde una posición de superioridad no son autoproducidas, tienen un origen y una historia y así mismo deben ser cuestionadas y replanteadas. Muchas de las prácticas e ideas excluyentes que persisten en la actualidad son producto de una historia colonial marcada por relaciones de poder y exclusión.
Con la llegada de los españoles a nuestro territorio la categoría de “raza” empezó a regir el orden social impuesto por los colonizadores, quienes clasificaron a los nativos como “indios” y a la población traída de África como “negros”. Atribuyéndoles así mismo una serie de características y labores que borraban de tajo las identidades y dignidad de estos pueblos, estereotipándolos a partir de una representación totalmente deformada, es decir, se daba una “invención del otro” (Castro, 2000). Un pueblo elaboraba una representación e identidad negativa de otro sin conocerlo en absoluto y con el único objetivo de justificar la dominación. .
Toda esta jerarquía social se sustentó a partir de la idea de “raza” y su connotación negativa desde la diferencia ya fuera de color, credo, género, etc., en un afán de homogenizar. Esta idea posicionaba a unos grupos sobre otros generando una gran brecha que afectaba todos los ámbitos de las poblaciones sometidas.
Pero esta ambición de eliminar en todas sus formas la diferencia no sólo se evidenció en la época colonial. Cuando se instaura la República (siglo XIX) se concentra el poder político y se da la sujeción a un territorio y a una nacionalidad que para su unidad requería el uso de una única lengua que permitiera crear en sus habitantes una identidad nacional, identidad permeada considerablemente por la cultura hispánica. Son los criollos los que se encargan de limitar la participación en el proyecto de Estado de los demás grupos que conforman la sociedad, propagando un discurso ideológico para todos.
Se impone una sola lengua como la oficial y se deslegitiman por completo las lenguas de los variados grupos étnicos con el fin de crear una identidad nacional que reprodujera un discurso hegemónico, que a su vez promoviera una lógica que fortaleciera las estructuras de poder. “Por lo tanto, el código de dominación se enmascara en un código de reducción-seducción que anula los rasgos o las especificidades constitutivas de pensamiento de los pueblos ancestrales” (Villa W. y Grueso, 2008, p.19)
En esa organización social establecida tanto en la Colonia como en la República los grupos étnicos fueron clasificados a partir de unas etiquetas raciales “indio” y “negro”. A estos últimos los definieron como raza africana, razón por la que fueron totalmente excluidos en la creación del proyecto nacional o condicionados a borrar por completo su relación con su madre África, ya que les quedó prohibido reconocerse como descendientes de los africanos. En cuanto a los pueblos indígenas, estos permanecieron en sus territorios pero fueron impuestas unas figuras territoriales que permitían el control absoluto de estas por parte de los criollos, terratenientes y la iglesia católica.
La dominación no sólo se instauró a partir de la diferenciación de etnia y raza, sino que al considerar a los indígenas y a los pueblos de origen africano como irracionales les negó por completo la capacidad de producir conocimiento, instaurando una diferencia epistémica. Todas estas formas de exclusión pretendían desdibujar las identidades originales de los demás grupos, lo que facilitaba imponer la colonialidad en todas sus formas.
En la actualidad dichas etiquetas y representaciones elaboradas por los grupos dominantes para justificar las condiciones desiguales respecto a los grupos dominados. Permanecen, se perpetúan y amplían a partir de sistemas que se fundamentan en este tipo de relaciones de inequidad y exclusión. Un ejemplo claro es el modelo neoliberal vigente, que más que una simple teoría económica caracterizada por la supremacía del mercado, es una lógica que permea en absoluto todos los campos de la sociedad por medio de un discurso aparentemente amable e inclusivo, pero que en realidad establece un modelo económico que amplía la brecha de desigualdad y pobreza condicionando todas las esferas sociales.
Es necesario superar esas representaciones negativas que han sido construidas históricamente como producto de un proceso de exclusión y diferenciación despectiva del otro (negro, indio, pobre, etc.), imaginarios que están arraigados en el pensamiento y que se reproducen a diario en el trato con los demás. Aunque parezca irrelevante, en el accionar cotidiano es posible ir edificando una sociedad en la que las relaciones de respeto e igualdad sean una constante sin ningún tipo de excepción. Al no naturalizar este tipo de relaciones asimétricas, de poder y exclusión en la cotidianidad; no asumiríamos que así deben estar planteados los modelos de gobierno que nos rigen y los procesos de reflexión, crítica y replanteamiento se verían fortalecidos.
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BIBLIOGRAFÍA:
Castro, S y Grosfoguel, R. (Comps). (2007). El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global. Bogotá: siglo del hombre editores.
Villa, W y Grueso, A. (Comps). (2008). Diversidad, interculturalidad y construcción de ciudad. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional.
Escritor: DAYANA ANDREA TORRES