LA CONSTRUCCIÓN DE LA REALIDAD SOCIAL

El concepto de ser humano, es directamente proporcional al tiempo y al espacio de cada sociedad. Así, el modelo de hombre para los griegos era aquel ser dotado excelentes facultades intelectuales y físicas; los romanos preferían al hombre capaz de sacrificar su propia vida en favor del Estado; mientras que algunas sociedades orientales se inclinaban por un arquetipo de sujeto dotado para las artes. Estos modelos o paradigmas, son los que definen los valores y principios de cada cultura, y a la postre conforman la intrincada sociedad humana.

La educación es la actividad socializadora responsable de moldear al individuo según las exigencias de la sociedad. Pues en últimas, son las sociedades las que exigen que modelo de hombre desean. Entonces, todos y cada uno, terminamos de manera consciente o inconsciente trabajando en la búsqueda del mismo ideal, convirtiéndonos en ingenieros sociales. Cuando un sujeto adopta un modo de ser diferente al que le exige su cultura, alejándose de la línea convencional de valores, principios y normas que demarcan dicha colectividad, se le mira extraño, ajeno a la misma. Este hecho, puede generar que se le admire porque ha roto los parámetros establecidos en bien de la humanidad como es el caso de muchos científicos, artistas y políticos, entre hombres y mujeres que se atrevieron a cortar los paradigmas propios de su época; o también, sucede lo contrario, como es el caso de seres humanos macabros que al salirse del molde han ocasionado daños irreparables a la raza humana.

Colombia, más que otros países del hemisferio sur, invierte miles de millones de pesos en vender su imagen de Estado social de derecho, respetuoso de los derechos humanos, que mantiene el orden a través de su costoso sistema de defensa. Aun así, creo que nuestra sociedad carece de un ideal concreto de ser humano. Los sujetos de la educación que a diario intentan formar los maestros y maestras a lo largo y ancho del país, está permeado por un sin número de preceptores que calan en la personalidad del individuo, haciéndolo un sujeto cada vez más complejo.

Colombia, más que otros países del hemisferio sur, invierte miles de millones de pesos en vender su imagen de Estado social de derecho, respetuoso de los derechos humanos, que mantiene el orden a través de su costoso sistema de defensa. Aun así, creo que nuestra sociedad carece de un ideal encargado la difícil y noble tarea de la búsqueda de la verdad, no puede decirla a medias. Hoy día más que nunca, nos enfrentamos a un conjunto considerable de situaciones adversas: las drogas, prostitución, el ideal de belleza y el dinero fácil. No es que estos problemas no hayan existido antes, pero hoy día gracias al desarrollo de los sistemas masivos de comunicación, es más fácil que el niño aprenda las letras de una canción de moda a que aprenda las letras de un poema de antaño. Hoy día, hay más niños que desean ser “el capo” (hago alusión a la exitosa serie de televisión) que quienes desean ser profesionales. El joven dedica más tiempo a los videojuegos, la internet y la televisión que atender sus deberes escolares.

No obstante, el Estado, la familia y la sociedad exigen que las instituciones educativas generen resultados óptimos. Por su parte, una buena mayoría de los docentes se quejan y protestan, y aun así continúan su labor; algunos otros sólo trabajan y cumplen con aquello que les corresponde. Sin embargo, la situación continúa ahí, creciendo y haciéndose cada vez más ininteligible. Como resultado; jóvenes, niños y niñas que padecen de dos aparentes dificultades a saber: bajos resultados académicos reflejados en la pérdida progresiva de asignaturas y rebeldía constante.

Ante tan lamentable situación, preferimos buscar culpables. De ahí, que la pelota comience a ser tirada de un jugador hacia otro como en un partido de fútbol. Creo que una cultura en lo sumo compleja como la nuestra, debe revisar a fondo los cimientos que la sostienen, es decir, los paradigmas de ser humano que hemos construido. Sobre todo desde el sistema educativo. En primer lugar, nuestros modelos de enseñanza son discriminatorios, y al igual que la Alemania de Hitler despreciaba los judíos, o la Sudáfrica antes de Mandela, practicaba políticas de apartheid; nuestro sistema educativo clasifica los estudiantes entre altos, superiores, básicos y bajos; por ende, los maestros hacemos lo propio, con adjetivos más precisos como “bueno” y “malo”, “inteligente” o “vago”.

Esto se debe en gran parte a que los seres humanos tenemos conceptos sesgados acerca del otro ser humano, y a esto, sobre todo en el sector educativo, han contribuido las pruebas psicométricas que intentan medir el coeficiente intelectual de las personas. Clasificándolas entre quienes poseen un coeficiente intelectual alto y quienes poseen un coeficiente intelectual bajo. Este hecho que al parecer es simple, influye en la realización del proyecto de vida personal, desde ser estereotipado como el idiota de la clase hasta permitir el ingreso a la universidad y ser un profesional y acceder a un empleo bien remunerado; o quedarse por fuera y devengar un salario bajo y, por lo tanto, llevar una vida precaria.

Las pruebas psicométricas clasifican a las persona entre, aquellas consideradas como inteligentes, y quienes no lo son. Empero, el concepto mismo de inteligencia es problemático, en la medida en que, aun los mismos científicos no se han puesto de acuerdo en que sea. En esta medida, el rol del maestro es contribuir al desarrollo de habilidades en sus estudiantes, para esto, se requiere un diagnóstico previo. Diagnóstico que se ha convertido en un sistema de evaluación conservador y severo.

La mayoría de los maestros tienden a generar cierta discriminación a sus estudiantes entre buenos y malos, lo cual es un error. No hay buenos o malos estudiantes; sólo hay estudiantes con capacidades diferentes. La tarea del maestro es descubrir en sus alumnos dichas capacidades. En este orden de ideas, la educación es la llamada, no ha crear un modelo de ser humano, sino más bien, su aporte debe focalizarse a la búsqueda del desarrollo del ser de cada niño y cada niña. Lo cual significa que, al igual que Sócrates, el docente debería ayudar a dar a luz a la verdad en cada estudiante, esto es a encontrar su propia voz.

Escritor: Isaac Villa