El texto de mayor impacto las semanas posteriores a la derrota de 1898 ponía de relieve algunas conductas definitorias de la sociedad española que, a posteriori, sólo se podían ver como ominosas. «La guerra con los ingratos hijos de Cuba no movía una sola fibra del sentimientos popular «, planteaba abiertamente aquel artículo Sin pulso, que pronto se haría famoso.
Esta indiferencia letárgica garantizaba la estabilidad política, pero en opinión de Francisco Silvela, autor del textaquesta era una impresión peligrosa: sin una opinión pública activa y vigilante, los grandes asuntos de Estado se transformaban en pura farsa y por esta vía se marchaba directo al fracaso.
«Hay que Dejar la mentira y desposarse con la verdad (…). No hay que fingir arsenales ni Astilleros Donde Sólo hay Edificios y plantillas de personal que nada guardan ni nada construyó, no hay que supone escuadras que no maniobran ni dispar; ni cifrarse como ejercitos las Mera Agrupaciones de mozos sorteables, ni empeñarse en conservar más de lo que podamos administrar sin Ficciones desastrosas «.
En aquella coyuntura histórica, lo que se había tenido por gran ventaja del régimen se había convertido en un trampa insuperable, que vertía al colapso de la misma sociedad nacional: «Engañados gravemente vivían los que crean que miedo no Voces los Republicanos en las Ciudades, ni alzarse los carlistas en la montaña (…) nada hay que temer ya de los malas interiores que a Otras Generaciones afligieron (…) El Riesgo es el total quebranto de los vínculos nacionales, de la ordenación por nosotros mismos de Nuestros destinos como pueblo europeo «.
Entonces el diagnóstico podía ser aceptado por muchos: la época de una creciente competencia internacional en el terreno económico y de la política exterior, un Estado-nación políticamente estable, pero sin la capacidad fiscalizadora de la opinión cívica, se veía como un ejemplo de fracaso colectivo.
La misma faceta que representaba la mayor ventaja del sistema – la estabilidad política de la Restauración era la otra cara de una moneda que, ahora, mostraba el espectro de un inaplazable fracaso como nación.
Como se llegó a este «clima» intelectual y político del 1898. El año del «desastre» ha sido de hecho el cruce de un cambio de tendencia en la España contemporánea. A menudo ha estado en partir de él como se ha evaluado el camino recorrido antes. Al mismo tiempo, a partir de él se valora el giro que irá cristalizando en las décadas sucesivas, cuando el prolongado liberalismo de la Restauración irá desvaneciéndose en favor de una derecha autoritaria y, desde la dictadura de Primo de Rivera, receptiva al fascismo.
Por un lado, las tesis historiográficas más prolongadas hasta ahora consideraban en gran medida normal el «doble fracaso del Estado y de la nación» en la España de 1898. Desde posiciones diversas, la línea argumental era coincidente. El Estado-nación español se había construido en el siglo XIX a partir de una revolución liberal que habría renovado muy poco las estructuras sociales, que serían igualmente o más intensamente oligárquicas que bajo el Antiguo Régimen.
La hipótesis de la llamada «Vía prusiana»-la supuesta transformación de los señores
en propietarios latifundistas, tan divulgada por regeneracionismo, el republicanismo conservador o el marxismo de unaépoca-, la de un sólido «bloque de poder» agrario y financiero capaz de determinar los poderes del Estado, la insistencia en el carácter rural de las estructuras y los valores sociales o la acentuación de un centralismo basado en la intensa militarización del orden público conducen a un panorama similar.
El precoz liberalismo español del siglo XIX sería un factor más bien superficial o, en todo caso, demasiado condicionado por su carácter burgués y oligárquico como para proyectar una imagen participativa, movilizadora o capaz de «nacionalizar las masas «. Lógicamente, el consenso oligárquico de la Restauración sólo podría apoyarse en una fachada liberal, no democrática y cada vez más ineficaz y ramplona, como denunciaba Silvela. En los últimos tiempos, los balances globales han tomado en cuenta los resultados de algunos campos de la investigación-como ahora, determinados aspectos de la historia económica de la España del cambio de siglo-y, por tanto, han modificado el panorama de la época del «desastre». Esto se ha hecho todo a partir de la perspectiva de la teoría de la modernización.
Desde este punto de vista, es la trayectoria a largo plazo lo orienta el análisis histórico. La sólida comprobación de un hilo de crecimiento económico y de la urbanización de la sociedad española hace relativizar mucho el clima de pesimismo que se desató a raíz de la primavera del 98. La derrota colonial, es cierto, no impidió el empuje económico que se comprueba en el cambio de siglo.
A partir de esta comprobación ha sido fácil concluir que la crisis del sistema político formaría parte de un problema parcial, que sólo terminaría absorbiéndose en el futuro, una vez salvado el doble y prolongado paréntesis dictatorial del siglo XX. De esta manera, se ha anunciado precisamente por parte de algunos representantes de la tesis del fracaso del liberalismo español, la historia de la España contemporánea sería un caso más de un país «normal».
Esta tesis no ha profundizado mucho en las implicaciones de esta «normalidad» y, hasta ahora, tampoco ha revisado la imagen convencional de la formación del Estado salido de la revolución liberal. Ahora, la crisis del 98 se sitúa sobre todo en la perspectiva de su posterioridad a largo plazo, donde la España integrada en las instituciones europeas y atlánticas del posfranquismo marca las pautas interpretativas del pasado.
Autor: Wang Jung
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