Pero, también para él, esto no había conducido al desarrollo de la ciudadanía y de algún tipo de responsabilidad colectiva, sino a una reclusión sistemática de los individuos respecto a los asuntos públicos, lo que el político mallorquín retrató con el tono del sarcasmo: «Este es un pueblo que está en la plaza pública como las rameras añejas en apoyo lecho. Ya no veo yo punto de Apoyo para nada «.
El edificio del liberalismo había estabilizado el precio de inhibir la opinión pública y esto, como volvería a razonar Silvela, pasaba elevadas facturas en una época de creciente mundialización económica y competencia imperialista. Años después, este mecanismo mostraría ser imposible de superar para todo tipo de fuerzas inclinadas a regenerar el sistema.
Incluso, críticos implacables de este orden de cosas, como Joaquín Costa, Antonio Maura o Gumersindo de Azcárate, preferirían llegar al poder convocados o reconocidos «Desde arriba», que no tener que recorrer el camino incierto de la movilización y la lucha política dentro de la sociedad española.
Como se comprueba también en determinados republicanos, la movilización contra el sistema podía desembocar en la conquista de una
plataforma local estable que, una vez reconocida, tendía a integrarse sin competencia en el pluralismo antidemocrático del régimen.
La comprobación de este orden de cosas recurrente era lo que fomentaba en los ambientes más diversos, en mi opinión, la conciencia de una España desprovista del instrumento político mínimo a la altura de los tiempos. Según creo, el problema no era exactamente que la Restauración impusiera un concepto religioso y antiliberal de España como nación, sino, más bien, que un orden pluralista y antidemocrático como aquel difícilmente podía difundir de manera consecuente ningún concepto nacional de perfiles movilizadores.
Esto habría llevado a la exclusión de los socios del sistema, la complicidad de los cuales aseguraba la participación propia-de cada uno de ellos-en el poder. Así pues, liberales y republicanos se veían obligados a resucitar periódicamente actitudes anticlericales, sin acabar nunca de ser consecuentes con esta postura: el célebre artículo 11 de la Constitución llegaría sin reformas en 1923. Pero también los conservadores como Cánovas, por su parte, debían alejarse se del tipo de proyecto oficial de nacionalización española, tradicionalista y católica, de un Menéndez Pelayo.
Por la gran frustración de los promotores de la política católica, los amigos conservadores se mostraban en este campo innegablemente liberales. Después de todo, todos ellos participaban de un determinado liberalismo político, que priorizaba el autorreconocimiento de las diversas «Influencias sociales» y que hacía de ello, al margen del fomento de la participación cívica, la única base viable de estabilidad.
La contrapartida era, como se iría comprobando, ahogar las posibilidades de todo proyecto nacionalizador español capaz de movilizar la gente y pedirle sacrificios, fuera en el nombre de la fidelidad al pasado tradicional ya sus glorias o en el nombre de un proyecto progresista y laico de futuro. El problema de fondo no era tanto la de una identidad española obsoleta o reaccionaria, sino que el tipo de liberalismo imperante bloqueaba la expansión de toda iniciativa actualizada en este terreno.
Por decirlo de otra manera, ni la clase de nacionalización de la Alemania del II Reich ni la de la III República francesa se mostraban compatibles con la España de la Restauración. La estabilidad liberal se comprobaba contraria al dinamismo que se requería. Por este camino, el éxito de nuevas promociones de políticos populares-capaces de poner en marcha la dinámica de una movilización efectivamente perdía a menudo su inicial capacidad de erosión sobre las tendencias desmovilizadoras, que acababan desacreditando el viejo sistema canovista.
La cuestión de los precursores de los movimientos literarios se complica por la imposibilidad – y quizás absurda – de la identificación de una única figura. A través de los años, la «generación del 98» también ha sufrido los mismos problemas de definición que otras generaciones.
De los posibles precursores – en general por su influencia ideológica sobre el movimiento o «generación» – el nombre de Ángel Ganivet comenzó a aparecer predominantemente en el comienzo del siglo 20, como resultado de dos eventos: 1) la conmemoración en el Ateneo de Madrid el 29 de noviembre de 1903 del 5 º aniversario de la muerte de Ganivet y 2) la publicación de su Idearium español en agosto de 1897, que inició el interés crítico por Unamuno,
Autor: Wang Jung
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