Es mi naturaleza y no puedo cambiarlo, la concepción última que se tiene de aquella pragmática fábula recorre entre los pasillos noctámbulos de nuestra mente la más clara sentencia de lo que somos. No todos, claro está, deambulan entre aquella paradoja humana. La sabiduría de la fábula de la rana y el escorpión permite divisar en nuestros más profundos secretos internos lo que nunca se puede dejar de ser. El recorrido es simple: Un escorpión necesita cruzar un río, por obvias razones requiere la ayuda de alguien que pueda hacerlo, insta y finalmente convence a una rana de llevarle en su espalda, sus interpelaciones son contundentes, la rana no puede dudar, cómo hacerlo si éste ha prometido no picarla, ambos morirían ahogados de no ser así, pero a mitad del trayecto incumple y le introduce el aguijón, el veneno esparce, la rana sólo puede al final preguntar: ¿Por qué has hecho eso? ¿No te das cuenta que tú también morirás? Es mi naturaleza, no puedo evitarlo, se oye decir y decirse a sí mismo el escorpión.
Es esa exactitud mortífera la que socava y arrastra irremediablemente a aquellos que al igual que el escorpión, han desatendido el llamado de esa mezcla que anida en su ser. La mezcla ha ido desde tiempos inmemorables a un sinfín de posibles explicaciones, desde tesis teológicas hasta una variedad al genio filosófico. Separar en dos la naturaleza del hombre y la de un orden de arácnido, al mismo tiempo asemejándola conduce a tratar de revelar los que harían fácilmente de ranas y los otros que encajarían perfectamente en la piel de un escorpión. Para comenzar, el hombre ha hendido desde su evolución una serie de cualidades, desde ser llamados científicamente Homo sapiens, a pasar por el hervidero de la Ilustración estudiado como un “Buen salvaje”. En todo caso, la mente del hombre como fundamento de John Locke, no es más que una tablilla sin escribir, por lo tanto toda acción comenzará a trazarse como resultado de la experiencia.
En qué clase de nebulosa el idealismo haría presa el corazón del hombre para obrar ciegamente, por qué se confiaría en aquel del que siempre se ha temido, no hay una respuesta tácita, y no la hay porque algunas cosas no pueden explicarse, como no puede explicarse las veces en las que uno ha tirado de su propia cabeza para dar a un túnel sin salida. Quizás esa insatisfacción malsana pueda encontrarse en una evocación del pasado, en una evocación en el que se es completamente inocente. La niñez, la niñez aparece anexada y se mantendrá en ella quiérase o no, esa tablilla forzada ya con escritura que perdurará hasta el último día de vida. Esa rememoración haría de martillo y como una cacería de brujas serían ellos mismos víctimas de sus propios actos.
En el caso de ese artrópodo pequeño que en la actualidad no sobrepasa las siete pulgadas y media y que a pesar de haber existido mucho antes que los mismos dinosaurios, nos produce desde tiempos incluso antes que el mismo Esopo, a quien se le atribuye la fábula, la misteriosa e inexplicable naturaleza del hombre, esa naturaleza de la que un filósofo griego acertó al decir: Conócete a ti mismo, esclareciendo que no hay conflicto más arduo que conocerse por entero. En el campo de batalla que es nuestra mente, el hombre aparece de cerca a su par el escorpión, ambos pueden vivir entre las sombras lidiando con las hostilidades de un entorno pétreo, desértico y hasta por debajo de sus propias cabezas de cerca a la asfixia.
Los seres que se sujetan al temple extremo de un carácter análogo, podrían encajar con el estereotipo del antihéroe de un cómic cuya vida desventurada, injusta y hasta cruel, los ha llevado irremediablemente a la oscuridad. Un Bruce Wayne, un Erik Lehnsherr o un personaje de novela como el Dr. Hannibal Lecter, o quizá empujando un poco hacia un Vlad Tepes de no ficción. La naturaleza del escorpión es la misma de aquél que asestará el veneno antes de haber fijado la mirada en los ojos de su víctima. La escena de este último acto quedaría en la imagen del escorpión preguntándose: Por qué.
Escritor: Giovanna Perry
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