Contextos socioeconómicos, culturales y geográficos determinan el valor que la educación recibe y la forma de desarrollo que se le da a esta. Según la RAE, entre las diversas acepciones del término “educación” encontramos la acción y efecto de educar, la crianza, enseñanza y doctrina que se da a los niños y a los jóvenes, la instrucción por medio de la acción docente y, por último, cortesía, urbanidad.
Por educación también se puede entender el desarrollo intelectual del individuo para que llegue a su plena autonomía: sumando poder de decisión a través del conocimiento crítico de su entorno, tanto físico como sociológico, para llegar a una comprensión global. Con la subjetividad de cada nuevo gobierno que cada cuatro años sube al poder, la educación es objeto de reformas. En el estado español, el Gobierno del Partido Popular presentó cambios en la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, ley aprobada en noviembre de 2013 por el Congreso de los Diputados. La LOMCE, con frases como “el nivel educativo de los ciudadanos determina su capacidad de competir en el ámbito internacional” en su redacción, es criticada abiertamente por la comunidad educativa y científica. Estas la definen como una ley segregadora por lengua, sexo, resultados y por condiciones socioeconómicas.
Después de atacar la educación básica, el siguiente objetivo para el Ministro de Educación, Cultura y Deportes, José Ignacio Wert, son las universidades con la ya conocida Estrategia Universitaria 2015 como prórroga del Plan Bolonia. Las transformaciones que se están dando dentro de la EU2015 son progresivas y de poca repercusión, cosa que invisibiliza el impacto de la reforma que, a la larga, responde a una voluntad de privatización y elitización.
Hasta el siglo XII, con el crecimiento de las ciudades, no aparecieron las primeras universidades. La acumulación de excedentes en puntos focalizados creó una nueva clase social que necesitaba conocimientos comerciales. La Iglesia no ofrecía este tipo de saberes y nacieron comunidades de profesores a los que se les llamó “universidad”. En estos espacios se redescubrieron nuevas maneras de comprender el mundo y las relaciones. La universidad era entonces un centro de creación de pensamiento.
Con el paso de los siglos, los movimientos demográficos pero sobretodo socioeconómicos hicieron que a mediados del siglo XX fuera necesaria una clase obrera formada para mantener el sistema productivo. Durante estos años, la economía crece y el trabajador, más calificado, aumenta su nivel adquisitivo. Es entonces cuando las clases populares entran en bloque a las universidades para formarse y su espíritu crítico da pie a los movimientos estudiantiles: reivindicaciones muy ligadas a las mismas de la sociedad que hacen que la universidad sea un icono de sabiduría y formación por fin asequible a todas las clases sociales.
Las élites de todos los estados que trabajan con el libre mercado y la competencia creen que la educación ha de implementarse de la misma forma que se reproduce la estructura económica: de manera fragmentada, superespecializada y flexible. El derecho a la educación es subsidiario de la libertad económica individual y, consecuentemente, la educación es sólo una función más de la economía de un estado.
En este sentido, el objetivo de la satisfazca las necesidades socioeconómicas reales de manera eficaz y eficiente, . Según esta filosofía, sin capital no hay autonomía y el capital no puede venir de las clases populares. Así, gran parte de la comunidad educativa denuncia que la camino hacia una universidad segregadora y clasista pues fija barreras económicas en su acceso y deja el conocimiento en manos de quien controla el capital. La universidad sufre cambios en la democracia y la participación, en la financiación, el acceso, los planes de estudio y todo bajo un excelente texto.
Defiende que agentes externos evalúen la calidad y la competitividad de las universidades. Así, los centros recibirán de estos agentes sanciones o estímulos económicos según su nivel de excelencia y no según sus necesidades. Se da más importancia a la investigación que a la docencia en sí. La universidad, para estar catalogada como centro de excelencia, medirá sus objetivos a partir de la utilidad para las empresas y las entidades bancarias: el conocimiento se mercantiliza para lograr la sostenibilidad de la universidad.
Los Consejos Sociales que codirigen las universidades suman en miembros empresariales y el Consejo de Gobierno cada vez prescinde más de la opinión del Claustro (del que forman parte estudiantes, Personal Docente y de Investigación y el Personal Administrativo y de Servicios). La falta de participación crece y la concentración de la toma de decisiones en el Equipo de Gobierno lleva a la universidad a ser una respuesta para los capitales financieros que la mantienen en vez de ser un servicio público para la sociedad.
La universidad actual no quiere aceptar a todas las capas de la sociedad. Esta no está hecha para poder gestionar y asumir tanta mano de obra preparada que, una vez acabados sus estudios, esté lista para salir al mercado laboral y espere una remuneración adecuada a cambio. La subida de tasas o la transformación de licenciaturas a grados son formas de barrar el acceso a la universidad y, así, desde la educación, el sistema regula las vidas de su sociedad. De la educación por los valores y la intelectualidad, a la educación por el control, la fragmentación y la elitización. Procesos que nos llevan a una perspectiva muy negativa sobre el futuro de las universidades públicas.
Escritor: Carla Benito Gomez