En una densa jungla en dónde el verde selvático se adueña de todo cuanto a su paso se interpone, donde la lluvia cae implacable y acalla al más feroz jaguar, viven unos encantadores animalitos que bípedos peculiares han bautizado como: las hormigas.
Ellas no son muy queridas en la avasalladora selva. Son ellas objeto de burla de chigüiros, papagayos, jabalíes, dantas; pero ante todo son presas de bromas y continuas sátiras de nuestras amigas: las avispas. Estas ponzoñosas rubias que se posan con su prole en cual arbitraria rama han elegido, baten sus alas en busca de alimento para si mismas y sus pequeñas crías; baten y baten sus alitas esperando divisar en el verde suelo, a las que animales de dos patas conocen como los insectos más colectivos y organizados del planeta tierra; con el único objetivo de mirarlas celosas, y de cuando en cuando gritarles unas cuantas palabras de por supuesto; muy poco agrado.
La Amazonía se encontraba pues en el comienzo del que sería el peor de todos sus inviernos. Mientras esto sucedía, nuestras queridas hormigas se encontraban ya en asamblea general ideando la mejor técnica de supervivencia para así poder salir ilesas en su mayoría de aquellas despiadadas lluvias sureñas. Eran las ancianas hormigas pues, quienes se encargaban de dirigir aquella importante reunión porque con el pasar de sus años y experiencias, su sabiduría había incrementado y en la sociedad hormiguera la transmisión de conocimientos era una de sus herramientas más poderosas para el óptimo desarrollo de su colonia. Así entonces, en medio de huracanados vientos y resonantes truenos; Keuka la hormiga se hacía escuchar en tono alto, claro y amigable entre todos los allí presentes: “Esta es una situación dramática, y todos debemos estar muy bien preparados para afrontar esta crítica situación. Por eso es indispensable que todos nuestros departamentos funcionen metódicamente, y ante todo se cuide y se instruya aún más, a nuestro futuro: nuestras pequeñas hormigas”. Fue ahí, cuando la colonia hormiguera a pesar de siempre haber elaborado un trabajo incansable y disciplinado; llegó a la conclusión de que siempre se puede alcanzar a dar un paso más hacia adelante tanto colectiva como individualmente. De esta manera, todos los departamentos hormigueros tales como: el de recolección de alimentos, reconstrucción de la colonia, cuidado y enseñanza de pequeñas hormigas, de combate, de actividades “hormiguísticas”, entre otros; fueron coordinados por las popularmente llamadas “sabias hormigas”, diariamente, se podían escuchar en los compartimentos de aquella cuidadosa obra arquitectónica las pausadas explicaciones, no sólo de coordinadores, sino de todos y cada uno de los allí presentes, la interacción continua, la tolerancia y ante todo el trazo de objetivos y elaboración de claves y métodos prácticos para la consecución de los mismos.
Se recolectaba comida en sitios aledaños en los minutos en que el Cielo analizaba el motivo de su depresión y así cesaba su llanto, se reconstruía especialmente el lado izquierdo del hormiguero; el cual era el más afectado por las lluvias, se hacía guardia en puntos internos y externos ante la posible amenaza de invasión, también en los pequeños momentos en que los minutos coqueteaban con el ocio; se realizaban actividades que reconfortaban el ánimo hormiguno y día a día las pequeñas hormigas aprehendían lo que se les era: expuesto, descrito y posteriormente transmitido. Fue así, como repentinamente todos los habitantes de dicha vivienda se volvieron un gran ser en busca de un objetivo; desde la más vieja hormiga hasta la más joven, todas se compenetraban unas con otras para seguir adelante en su camino. Tan pronto llegaban a su punto propuesto seguían hacia otro que ya había sido programado con antelación, y de esa forma se continuaba sin tener un punto final.
Pasados tres largos meses en que las lágrimas del Cielo gris caían y caían sin tregua alguna, el señor Sol abogó por su queridísimo amigo, y, logró que de gris y lagrimón; cambiara a azul y alegrón. Pero tarde para algunos fue: el violento verde se tragaba los cuerpos inmóviles de amazónicos capibaras, el jaguar atenazado en la copa de algún gigante árbol evidenciaba su ya, nueva compañera: la soledad, las dantas se forraban en óseos uniformes. Pero, ¿Dónde están nuestras rubias amigas? Dispersas en árboles están, buscando pareja rápidamente entre las sobrevivientes; ya que sus pequeños avisperos navegaron hacia mundos desconocidos comandados por avispas bebés que nadando no lo hicieron bien. Ahora en lo alto una vez más divisan en el suelo verde la enorme fila hormiguna con cada individuo cargando diez veces más su peso; pero pocas ganas quedan ya, de reír y señalar, de incomodar y juzgar; pocas ganas quedan ya, de posarse en cualquier rama y bajo la lluvia buscar el alimento dejando a las pequeñas avispas a merced de los peligros circundantes; sólo queda ya aparearse y construir vivienda. Sólo queda edificar desde la base, e ir hacia adelante; mientras tanto las hormigas adelante van, con diez veces sueños más que ayer a la espera de la lluvia o la sequía, de la normalidad o la anomalía, de la caída o el triunfo. Allí van las hormiguitas.
Autor: Pablo Sebastián Cuevas Ochoa