El lenguaje ha sido pilar fundamental en el desarrollo humano. Es así como en sus inicios se le utilizaba de manera rudimentaria y particularmente con fines pragmáticos. A medida que las relaciones sociales se fueron tornando más complejas, el lenguaje también lo hizo. Adquirió otras connotaciones y se fue modificando acorde a las nuevas necesidades de comunicación. Fue a través de éste que el ser humano logró desvincularse de su presente, recordar su pasado y proyectar su futuro “El lenguaje sirve de apoyo al pensamiento, y ante todo, permite aprender de los mayores sin la presencia del objeto de aprendizaje, conocer las experiencias ajenas, es decir viajar al pasado, y planear en conjunto acciones futuras” (Vélez, 2006). Por ende se constituyó en el vínculo que unió a una comunidad, pueblo, nación y es el elemento que logra que el individuo se reconozca como tal.
Por lo anterior, la oralidad fue durante siglos la única forma de transmitir el conocimiento, la espiritualidad, las normas, los valores propios de una cultura y perpetuarse en el tiempo. Podría decirse que apareció por dos razones específicamente humanas: la capacidad del pensamiento simbólico y la naturaleza social, que hace al hombre dependiente en su nacimiento e interdependiente a lo largo de su vida. A partir de ella fue modificando su entorno y las maneras de percibir, reaccionar y razonar sobre el mismo. Esto desembocó en dos procesos mucho más complejos: la escritura y la lectura, de los que aún hoy seguimos aprendiendo, y de los cuales los diversos investigadores explican desde su praxis disciplinar qué son, cómo se adquieren, cuál es la mejor manera de enseñarlos.
Independiente del origen de la escritura, ésta marcó un hito en el desarrollo humano. Ya era posible una representación simbólica de conceptos y/o palabras y se pudo trascender el presente, dejar registro del pasado y perpetuarse en el futuro. Por ello fue necesario enseñar a leer, pues a diferencia del lenguaje oral, el escrito debe ser aprendido ya que este proceso se basa en dos características del cerebro humano, el lenguaje y el reconocimiento visual del entorno. Al leer se construyen nuevos circuitos neuronales que permiten integrar el lenguaje con lo visual y esto queda incorporado para siempre en el cerebro.
Ahora bien, en la actualidad, en la era de la informática y lo virtual, leer y escribir se han convertido en procesos esenciales para la supervivencia. El que lee puede navegar en el océano del internet y explorar por el ciber espacio. Todo tipo de información está a su alcance, tanto válida como poco confiable. El lector puede considerarse apto para desempeñar cualquier labor encomendada. Por el contrario, el analfabeto estará condenado al ostracismo y a ser percibido como como el último peldaño de la escala social.
Sin embargo, cabe preguntarse si saber decodificar lo escrito es suficiente para considerarse un buen lector y/o escritor. Durante años se le ha endilgado a los docentes de primaria y posteriormente a los de bachillerato los errores y falencias con que llegan los estudiantes a la universidad. No se entiende que en la educación superior, el estudiante debe enfrentarse a estructuras discursivas propias de cada área disciplinar y se da por sentado que, si el estudiante llegó a estas instancias, con el simple hecho de saber leer y escribir, ya está preparado para sumergirse en el marasmo de los textos académicos. “Si yo aprendí, por qué no él” se convierte en la reiterativa frase célebre que impide concebir la lectura y la escritura como procesos continuos y por lo tanto inacabados en un tiempo y espacios específicos y que estos se aprehenden siguiendo y poniendo en práctica esquemas modélicos que han de ser enseñados por los especialistas.
Por consiguiente, la propuesta de Paula Carlino sobre la alfabetización académica, propende por un cambio de mirada hacia la lectura y la escritura en la universidad, pues cuestiona las prácticas pedagógicas en las cuales están inmersos. Reta, además, a mirar y cuestionar hasta qué punto se ha contribuido a un problema que aqueja al alma mater, la deserción estudiantil (ahora se asume desde lo positivo, la permanencia). Plantea que el problema no radica en la comprensión lectora, sino en que no se enseña a leer y escribir textos inherentes a las disciplinas. Se sobre entiende que si los alumnos comprenden un texto cualquiera, pueden producir los exigidos en las materias universitarias y, por lo tanto, sustenta que la lectura y la escritura en la universidad deben enseñarse de tal manera que los estudiantes se apropien de ellos y se conviertan en personas analíticas, críticas, autónomas, que continúen aprendiendo luego de culminados sus estudios. Conmina, además, a entender que los educandos no llegan sin saber comprender y producir textos, sino que han de apropiarse de los esquemas escriturales propios de la universidad y que es un deber de la misma propiciar que los aprehendan para la vida misma.
Autor: LUCILA CENTENO VANEGAS