En una primera lectura, es posible afirmar que el propósito del texto Chambacú, corral de negros es unívoco, que sólo trata de llegar al lugar común de la segregación racial y la denuncia a una especie de apartheid Colombiano. Sin embargo, más allá de la denuncia social, esta obra de Manuel Zapata Olivella, nos introduce en mundos que van más allá de una simple interpretación histórica de hechos, o de una denuncia de desmanes cometidos en una época determinada. La intromisión en el mundo de estos personajes logra un conocimiento de sus imaginarios, sus creencias, su modus vivendi, o bien el espíritu de sus gentes, ese transpirar en su aire, en su corral, que en sí mismo, se muestra como un término peyorativo para designar un grupo humano, haciendo alusión a su condición animalesca, porque no sólo es un corral de personas, es un Corral de Negros.
Manuel Zapata Olivella, el autor, extiende sus redes, hacia los campos de la medicina, la antropología, y el folclor, defensor de las etnias Afroamericanas hasta el punto de hacerlas un tópico recurrente en casi todas sus obras literarias. Chambacú se erige como una manifestación de esa denuncia racial. Fue publicada en 1963, laureada y premiada, reconocida a nivel mundial como expresión de esa inconformidad hacia el racismo. Zapata Olivella introduce su obra elementos que nos hace pensar en todo un complejo sistema simbólico no gratuito detrás de la obra, encaminado a mostrar el enramado que se trasluce detrás de ese velo narrativo. Uno de estos aspectos fundamentales para comprender la obra, es el eje de la casa de la Cotena, que según mi percepción erige toda la obra, sus hijos estructuran la historia, sus universos individuales ayudan a comprender el funcionamiento de la estructura social y cultural de la época y del espacio narrativo.
Uno de estos hijos, Máximo, se muestra como un héroe imbuido por las lecturas de la liberación, instruido y defensor hasta la muerte de las causas de su comunidad, perdido por las lecturas que quema su madre en una fogata, por creer que su hijo puede perderse por ese camino. Su espíritu de redención y lucha puede ser uno de los símbolos más fuertes de la resistencia negra en la liberación, aunque su madre en un principio lo condena, al final, frente a su cadáver, lo reivindica proclamándolo como un hombre demasiado bueno, y que creía demasiado. Máximo muestra su mundo, lo expone, ante esos ojos extraños, los de Inge, quién mira a ese mundo como el lugar donde ha encontrado el cariño, el calor y la dulzura que nunca había tenido en su mundo civilizado, esta mujer es la mujer de José Raquel, quién la ha traído por amor a Chambacú, donde la abandona en su rancho a la merced de su familia, mientras el se dedica a quehaceres menos sanos que las lecturas y la agitación de Máximo, como su convivencia con las Rudesindas o en el bar de Constantino. Máximo es el símbolo de esta lucha a la opresión y dominación cultural, social a esta colonización a la que es sometida su comunidad, es la voz ilustrada frente a la ignorancia de su pueblo,
En la obra, los sentidos, la audición, la piel, el sentido táctil, la visión, pero principalmente el olfato, están unidos a la obra en la medida permite rememorar hechos, buscar verdades, se transfigurar espacios y épocas. La influencia de este sentido en la obra es tal que los rezos a la virgen se hacen en términos de flores, olor, gusto y consuelo. De este modo Inge se identifica con Chambacú, sus olores obsesionantes a arenca, a pescado, a algas muertas, que la remiten a una infancia lejana; de esta manera, también se reconoce a los seres en torno a sus olores característicos, como cuando se reconoce a José Raquel: Era el mismo. Sus manos anchas y duras que magullaban al aprisionarla. Ahora tenía un olor especial , el mismo, que inundaba el toldo, la pieza, la isla. No insistió en definirlos.
Le era imposible. Lo había intentado desde el primer instante: se le asemejaba a arenque ahumado… pero habían tantos otros olores desagradables en él (Pág. 74 – 75). De este modo el elemento odorífico se manifiesta como un tópico recurrente en la obra al ser un eje de la rememoración, de esa transmigración a un espacio que identificamos sólo a través de nuestro olfato a través de esa memoria sensitiva, así Chambacú, y todos sus personajes tienen sus olores específicos y cargados de significaciones, como las axilas de negra de Jorge Artel.
Otro elemento integrador es la audición, manifestado en la obra a través de su presencia en todos los estratos sociales, Chambacú y simultáneamente La Cotena desea ensalzar para que callen el mundo entero y hace bloques de hielo en medio del bochorno del calor; la contradicción entre los mundos distintos de la suegra y la yerna manifestados en esa escena donde triunfa la pugna de dos culturas distintas. En medio de los tambores, también encontramos alusiones al Jazz, a los instrumentos musicales como elementos rituales en las fiestas al lado de las velas, sobre todo si es el ciego quién los interpreta, entregado a la fiesta, a la lascivia y al licor.
El acercamiento a la lectura de la narrativa de Zapata Olivella, nos lleva a encontrarnos con esa raizalidad, ese sentirnos identificados con un yo heroico, con nuestra raza y nuestro pensamiento, esta obra, aunque olvidada en los círculos académicos, merece nuestra revisión y ese encuentro con el pasado que todavía hoy vive al servilismo de Norteamérica y las metrópolis, que todavía hoy vive bajo ese colonialismo que tanto rebatió Máximo en sus discursos en Chambacú.
Escritor: Leslie Jiménez Serge