En relatos y representaciones sobre la emancipación en distintos países de América Latina dos temas suelen ser tratados: la necesidad de la integración regional y, conjuntamente, la pregunta por la nación y el Estado. La etapa actual de la región encuentra a gobiernos que toman la posta de sociedades trastocadas tanto estructural como culturalmente por la deslegitimación y desarticulación de los Estados de Bienestar, de períodos de ascenso socio-económico y participación político-cultural de las clases medias y populares (y su irrupción en los imaginarios como constituyentes fundamentales de la idea de nación), por la desactivación de sociedades civiles movilizadas, por la desvalorización del capital productivo, de los tejidos industriales nacionales, aperturas comerciales indiscriminadas; en fin, una foto del neoliberalismo en América Latina a fines del siglo XX y principios del XXI. En grados diversos, con mayor o menor profundidad según experiencias nacionales, esos cambios definen una época.
También con distintos matices, orientaciones ideológicas, trayectorias nacionales, radicalidad de propuestas, nos encontramos con gobiernos que enfrentan la tarea de definir el camino a seguir luego de crisis históricas. A su modo, han pretendido iniciar procesos de recomposición estatal con participación en la inversión, de valorización del mercado interno y redefinición de lazos societales. En esa marcha, e insistimos en la diversidad de experiencias, vuelven a ser definitorias de la nación las identidades populares, renovándose las demandas en torno a los contenidos del concepto de nación, con y más allá del Estado.
La etapa convive con los festejos de los aniversarios independentistas bicentenarios, y en ese conjunto, los orígenes, los legados y las proyecciones de la gesta libertadora acusan una actualidad vigorosa. Si el horizonte de la actual coyuntura latinoamericana asume aún formas inciertas del proyecto de patria grande, variadas son sus manifestaciones, ritmos e intensidades, se conjuga la reivindicación histórica con la necesidad acuciante de cooperación económica en el contexto de la crisis del capitalismo financiero. De forma tal que el pensamiento clásico de la independencia, sus categorías de análisis de la realidad latinoamericana: la libertad, la identidad, la integración, la conflictividad, entre otras, devienen conceptualizaciones citadas por muchos de los presidentes de la región.
San Martín, Bolívar, Moreno, Martí, Monteagudo, tantos más, pensamientos y personajes que vuelven y se resignifican, desde los Estados y la sociedad civil, sacuden la polvareda a que la parecen condenados en determinados periodos históricos. Así también el de aquellos que una vez consumado el hecho político de la independencia, trabajan sobre las nuevas realidades: la posibilidad de fundar definitivamente un Estado-nación en lo agitado de las guerras civiles que cristalizan diversos proyectos económicos, políticos y sociales en la formación de los capitalismos locales.
Ahora bien, en ese marco delineado velozmente, sucede un hecho político sustancial en la región. En Bolivia, en el 2006 asume por primera vez como presidente un campesino, perteneciente a la comunidad originaria aymara, y con larga tradición en la lucha sindical: Evo Morales Ayma. Entonces las preguntas por la nación y el Estado nos obligan a hacer eje en esas otras tradiciones, otros orígenes y otros legados, ¿Cómo concebir las rebeliones de los pueblos originarios e indomericanos? No estamos suponiendo que a partir de la asunción de Evo Morales las identidades indígenas “despierten” o salgan de un estado de latencia; muy por el contrario, la victoria responde a un ciclo de movilizaciones de la sociedad civil.
Un proceso de años de resistencia y defensa de recursos naturales contra el estado neoliberal, que en alguno de los momentos de la lucha encuentra al movimiento indígena campesino como el articulador central de los distintos ciclos de demanda y protesta, el significante que encadena y consecuentemente permite pasar del plano de la resistencia al de la pelea electoral. El triunfo de Evo Morales incorpora al debate actual al que hacíamos referencia en el párrafo anterior un elemento central, por su importancia histórica y porque colisiona con construcciones de identidades nacionales homogéneas, haciéndonos posar la mirada sobre otros textos, otros autores, otras visiones sobre los Estados de raíz republicana y liberal o sobre la idea de democracia representativa y construcción de ciudadanía.
Dice Álvaro García Linera, intelectual boliviano y actual vicepresidente de su país, que desde 1999 en Bolivia se asistía a una época revolucionaria, por la creciente incorporación de sectores en la deliberación y decisión política, mediante la participación de organizaciones de base gremiales, comunales, vecinales, que debilitan la autoridad gubernamental y fragmentan la soberanía estatal, polarizando el país en dos bloques sociales portadores de proyectos radicalmente opuestos. En uno de los polos, se ubicaba el movimiento indígena, en su vertiente rural-campesina y obrero-urbana, en donde el componente étnico-nacional, regional y de clase aparece visiblemente delimitado. En el otro polo, el empresariado agro-exportador y financiero, preconizador de los vínculos con el mercado externo.
Lo trascendente de este ciclo es que se produce una doble fisura del Estado, o una doble crisis. La primera pone en cuestión el Estado neoliberal, su sistema político, sus creencias y, con ello, la posibilidad de articulación de nuevas demandas en torno a otras identidades populares. Esta crisis de de los componentes del Estado neoliberal es un proceso que se da en varios de los países de la región. Sin embargo, García Linera nos presenta una idea clave para comprender el proceso de su país. En Bolivia, en tanto que es el discurso indigenista el que con más fuerza logra expandirse en todo el tejido social, en un clima de “disponibilidad social de nuevas creencias y fidelidades” lo que entra en crisis no sólo el Estado neoliberal, sino también el Estado como constitución históricamente republicana, una crisis radical.
Lo que podría quebrarse es la matriz colonial de ese mismo Estado, ya que la República se inaugura en Bolivia dejando en pie los mecanismo coloniales que consagran propiedad, poder y prestigio en función de la clase, el linaje, el idioma, el color de piel; la “bolivianidad”, el ciudadano boliviano, se construye al margen y en oposición de las poblaciones indígenas.
Escritor: Guido Montali