El libro de Leo Huberman -Los Bienes Terrenales del Hombre- muy olvidado ahora, comienza contándonos una pequeña anécdota que ilustra aquella fantasía que en cierto sentido podría decirse, terminó inconclusa en nuestros días. Pues es muy difícil afirmar plenamente que todos los seres de la humanidad son parte de ella, dicha fantasía es la de poder producir y obtener libremente todo aquello que con mucho deseo y para sentimientos del placer humano quiso conquistar el hombre europeo del siglo XVI.
En aquella anécdota se nos cuenta como en las primeras películas de cine los personajes circulaban a través de la historia de la película disfrutando de todo tipo de bienes, todo ello sin que el espectador supiera de que modo lo pagaban. Pero evidentemente alguien, alejándonos claro de la ficción del cine, debía pagar aquellos disfrutes propios de una época moderna. Aunque la anécdota de Huberman dista mucho de los hombres del siglo XVI, ella sería incomprensible o muy natural para los ya asentados hombres del siglo XX si estos prescindieran del conocimiento de los procesos de diverso carácter que los transportaron a su estado actual.
La ruptura fundamental que conduce hacia el cambio del siglo XVI vía liberalismo consiste en un encuentro de hechos que todavía están presentes en la vida del hombre moderno, muchos de ellos lograron una transformación tal que se podría dudar si tales hechos cumplen cuatro siglos con la humanidad. Los hombres de este siglo fueron forzados a “despertar”. Puede decirse que unos hombres despertaron a otros con pequeñas cosas que desplegaron, para decirlo con lenguaje marxista, fuerzas que rebasaron el intelecto humano.
El hombre europeo dormía en la edad media respecto de lo que llegaría a ser en la época moderna. Para empezar, el ambiente del hombre de la edad media era aquel en el cual las estructuras de vida eran absolutamente pasivas y en principio resultado de la decadencia del imperio romano, una vez caído el imperio, el paraje medieval reducía toda la vida del hombre a sus necesidades más elementales. La vida era una prolongación de los ideales monásticos de la iglesia. Todo tipo de fuerzas personales vivían subrepticiamente y el hombre cumplía o aguardaba el designio de la divina providencia.
El primer orden que declina en la edad media es económico. Aunque los hombres de la edad media todavía estaban lejos de una comprensión distinta a la de su propia época, experimentaban hechos que comenzaban su marcha en firme para cambiar las anteriores estructuras económicas. El cambio de una visión económica de autoabastecimiento, dependiente de la divinidad y en armonía con ella, comienza su tránsito con la aparición de los comerciantes.
Huberman nos cuenta como el comerciante rompe con el régimen feudal, que consistía en una cadena de amos y sub-amos hasta llegar al campesino-dueño y esclavo ambiguo de la tierra que labraba. Mientras tanto, en los intersticios, el comerciante comenzaba a romper con la quietud del europeo occidental del siglo XVI por el hecho simple de que comenzó a vender.
El comerciante llevó a cabo una heteronomía de los productos. Se puede imaginar, en un total contexto de inocencia y tentación, la escena del primer campesino vacilante tomando la decisión de comprar un taburete de más para su casa, la primera sensación contraria a la rigurosa existencia del autoabastecimiento ascético de la edad media. La circulación de lo que hoy conocemos como las mercancías comenzó en los caminos donde los comerciantes acamparon para esperar a sus primeros compradores.
En segundo lugar: en el siglo XVII aparecen de modo prematuro las maquinas. Este hecho es más conocido como la revolución industrial. Si la aparición del comerciante desestabilizó la inmovilidad de las riquezas que guardaban la iglesia y los señores feudales, las maquinas imprimieron velocidades superiores a la producción de los objetos. La sensación creada por las maquinas fue el vértigo para los hombres de aquella época. Las maquinas rompieron con toda la organización tradicional anterior. Las maquinas represarían a todos los hombres en un solo lugar de trabajo que por excelencia se llama “la fábrica”.
La aparición del comerciante y la llegada de la industria son los acontecimientos determinantes para el rompimiento del antiguo orden y la conformación de un nuevo tipo humano. .
El hombre moderno-liberal necesitaba un nuevo constructo de pensamiento para ocupar el espacio suelto dejado por la demolición de las antiguas estructuras de su sociedad. Para empezar: los derechos de los hombres tendrían que cambiar y en consecuencia el estado en toda su dimensión. En cuanto a las libertades económicas: la de industria sería la más privilegiada; la libertad de contratación y las libertades de apropiación, utilización de bienes, enajenación y sucesión hereditaria.
Respecto a las libertades de orden político se consagraron la libertad de pensamiento, de conciencia y de expresión; el derecho a la vida y a la seguridad; la inviolabilidad del domicilio y de la correspondencia; la libertad de conciencia, de pensamiento y de expresión entre otras también importantes. Como puede inferirse de esta breve lista de derechos, las aspiraciones centrales que respaldo el liberalismo fueron la libertad y la igualdad.
Para finalizar, puede concluirse que el liberalismo clásico no fue únicamente un nuevo sistema económico que implanto toda movilidad material que tuviera por objetivo el lucro y el enriquecimiento humano. El liberalismo es toda una conducta, una estructura de pensamiento que requirió por lo menos dos siglos para constituirse en la actual forma de vida que los hombres de los siglos XVI al XVII en parte aceptaron y que en parte no pudieron advertir los alcances que tendrían que sostener hasta el día de hoy en sus mentes y en sus cuerpos.
Por: Oscar Eduardo Morales Herrera