¿PAZ?, VOCABLO INCOMPATIBLE CON EL “COLOMBIAN DREAM”

A propósito del tan de moda “proceso de paz”, resulta válido preguntarnos como ciudadanos de a pie, si auscultando pensamientos racionales, habrá cabida para el alcance de ese anhelado y honroso pero a la vez volátil estado de civilización y evolución cultural, denominado minimalísticamente como “paz”, en un país tan desparpajado en su variedad de flora y fauna, en la multiculturalidad de sus regiones, en la calidez de sus gentes, pero que lamentablemente resulta totalmente ligado a un desesperanzador contraste de intolerancia, corrupción, falta de oportunidades, desigualdades abismales de clases sociales, doble moral y un constante deseo de aplicación de la ley del talión entre sus muchedumbres menos favorecidas.

Diáfano se torna pues, recordar que el tema del conflicto armado en nuestro país, ha traspasado absurdamente los límites en el tiempo, porque desde que nuestros antepasados han conocido el uso de la razón y han encontrado la posibilidad de transmitir sus experiencias de generación en generación, han expuesto de forma cruda, directa y a veces jocosa o anecdótica, los avatares que les ha implicado encontrarse sumidos en un conflicto que al parecer no tiene fin y que exacerba aún más, al encontrarse que los principales detonantes del mismo, simplemente han tenido como propósito, satisfacer las ideas y deseos de unos cuantos, que concentran el poder y los consecuentes beneficios que el mismo les reporta, para así satisfacer sus inocuos intereses, sin tener relevancia, que se sacrifique y se ponga a su servicio, el avance, desarrollo y dignidad de toda una Nación.

Para nadie es un secreto, que el tema de las tierras ha sido el ingrediente fundamental para ese caldo de cultivo que hoy conocemos como conflicto armado colombiano, toda vez que como bien es sabido, han existido numerosos intentos de reformas agrarias que terminan archivadas en anaqueles de entidades públicas, porque cuando el campesino intenta denunciar los predios sin titulación o que están siendo irregularmente explotados, los sectores latifundistas con su poderío económico, resultan ser artífices de pequeños grupos de “exterminio campesino”, a fin de frustrar tales intentos de democratización y respeto por la propiedad del trabajador agrario, situación que se ha repetido constantemente en las anunciadas reformas que ya se tornan como pan de cada día; siendo una caminata en círculos que no avizora generar cambios ejecutables en la realidad.

Lo cierto, es que la gran concentración de la tierra en pocas manos, genera una indudable desigualdad que conlleva a la conflictividad social, enlazándose a ello, el despojo por parte del narcotráfico, de las mafias, bandas criminales, grupos paramilitares, la destinación de gran número de las hectáreas al ejercicio de la ganadería extensiva, que sólo resulta viable para los propietarios de las bestias pero que torna en pobremente productiva la vida del campesino de clase media baja; factores estos que impiden la mediación y la concertación que conduzcan a una situación de no violencia. No siendo ello suficiente, si la crisis de la salud para el ciudadano ya resulta lo bastante asfixiante y agobiante, para el trabajador rural, el acceso a este servicio, a una vivienda o quizás a una educación de calidad, resultan ser utópicos, porque las regiones apartadas, parecieren estados independientes, en los cuales el apoyo gubernamental sólo se manifiesta en época electoral, porque de lo contrario se existe en un estado cuasi salvaje como al que en alguna oportunidad aludió Hobbes.

Aquí, ni la extinción de dominio en pro de retornar los feudos a sus legítimos propietarios resulta viable, porque hasta los despojos terminan siendo legalizados, beneficiándose los narco-terratenientes (poseedores de gran poderío económico para sufragar los gastos que devienen de los servicios de un buen bufete de abogados, a más de la influencia política con la que cuentan), en razón a que la inseguridad jurídica que experimentamos, les permite actuar a su libre albedrío, haciendo además que el campesinado se encuentre desprovisto de herramientas de protección, sin olvidar la constante amenaza que viven los servidores judiciales que resultan ser sobornados o presionados y obligados a fallar en contra de los genuinos intereses de aquel grupo poblacional.

Es así, que el error de centrarse el gobierno en la legalización de títulos, más que en la materialización real de la restitución de tierras a las víctimas del desplazamiento, permite que el conflicto sencillamente se expanda bajo cuerda, puesto que en el escenario mediático no se escatima en demostrar los avances de un contexto de paz que se está forjando y está supuestamente dejando sin piso a los actores de la guerra, pero tras bambalinas lo cierto es que no hay un régimen político organizado en búsqueda de democratizar la propiedad y de reconocer a sus verdaderos dueños, no hay un ánimo de hacer de la tierra un lugar de productividad que genere empleo y oportunidades, sólo hay una mesa de negociación que se mueve a paso de tortuga deprimida, que genera millonarios gastos en viáticos para los respetados negociadores, cuando es claro que este país no estaría listo para incluir socialmente a los miles de desmovilizados-junto a sus familias y necesidades más latentes- que arribarían a las ciudades capitales en el caso hipotético de realmente conseguirse un acuerdo de paz.

A más de lo expuesto, también es cierto que la guerra es un negocio, no en vano anualmente se invierte la mayor cantidad de fondos públicos en el financiamiento de las fuerzas armadas, así que, ¿Qué haría la Nación para emplear a estos ilustres personajes en ámbitos diversos a la entrega de disparos y ejecución de guerrilleros y paramilitares? ¿Qué se haría con las nóminas paralelas que muy seguramente allí existen?, de negociarse con las FARC, ¿Qué pasaría con la NUEMEROSA cantidad de grupos existentes al margen de la ley?, las bandas criminales, los ladronzuelos de mínima cuantía que asesinan vilmente por un celular, los anhelos de venganza privada de aquellos faltos de oportunidades que subsisten en las comunas más alejadas, sin oportunidad alguna de formación, de surgir o tener lo más básico (techo, alimentación, educación)…

Por ello y por muchas más circunstancias, como ciudadana del común, expreso que el aludido proceso de paz, no es más que una cortina de humo para embelesar a un país desangrado y cansado de la violencia, que todo lo soluciona con la confianza en el “divino niño” y en el “dios proveerá”. País sin memoria, que reelige a sus pésimos dirigentes, que se silencia ante las injusticias, que aplica constantemente el perdón y olvido ante sus verdugos, que vende sus opiniones, que se conforma, que acepta la violencia como un elemento más de su entorno, que da limosna, que tiene pereza de pensar, que no lee, que no tiene eco en sus instituciones públicas, que está decepcionado de sus mandatarios pero aun así los sigue y no los cambia, que se enorgullece de sus reinados y sus novelas…¡¡¡país del señor!!!, con tantas bondades y gente tan pujante que podría dar un vuelco a esta realidad, país del que hago parte, y que aunque defectuoso y dolido, no dejaré de concebir como un hermoso vividero, lastimosamente dominado por un grupo de ignorantes con suerte, porque la verdadera paz, inicia con la posibilidad de educación, la formación y las oportunidades de emprendimiento.

Escritor: LAURA VANESSA MORENO BERMÚDEZ