Hace poco escuché como una madre comentaba con otras madres la tutoría que había tenido con la profesora de su hijo; estaba preocupada, la profesora le comentó alarmada que su hijo iba a tener problemas para pasar de curso, ya que era desobediente, y… ¡sólo pensaba en jugar! Este relato no tendría mayor importancia si el niño en cuestión sólo tuviera 2 años.
Esta anécdota me hizo meditar sobre cuántas cosas no funcionan en el sistema educativo español, si una educadora de primer ciclo de infantil piensa que es negativo que un niño de 2 años solo quiera jugar, algo está fallando, ya que lo realmente preocupante sería lo contrario. de E.G.B. con 6 años y ya dejaba de ser divertido; más tarde con la L.O.G.S.E. en segundo ciclo de infantil de 3 a 6 años los niños ya se pasaban las horas sentados y haciendo exámenes.
Pero es actualmente, y en vísperas de la implantación de la L.O.M.C.E., cuando nos encontramos que, en una etapa que ni siquiera es obligatoria (primer ciclo de infantil de 0 a 3 años), los niños ya no tienen tiempo para el juego libre, porque están muy ocupados en tener que hacer fichas, aprender a escribir, a leer, a ser bilingües… cuando ni siquiera en términos madurativos y de desarrollo están preparados para estos aprendizajes. Puede parecer que tomarse tan en serio la educación conllevaría unos buenos resultados académicos, pero nada más lejos de la realidad, nuestro sistema educativo está entre los peores clasificados en términos de eficiencia, ésta es la principal conclusión del estudio “Panorama de la Educación 2013” de la O.C.D.E.(Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), y eso a pesar de su superior financiación.
España gasta un 15% más por alumno que la media del resto de países de la O.C.D.E. Otro resultado que no nos deja en buen lugar, nos remite a la última edición del Informe del Pisa (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes), que en 2013, sitúa al sistema educativo español en las posiciones de la cola de los países de la O.C.D.E., también señala que seguimos entre los países que se encuentran «significativamente debajo de la media» de la OCDE.
Analizando estos datos, ¿no podemos pensar que uno de los desencadenantes del fracaso escolar es algo tan sencillo como el aburrimiento de nuestros alumnos? Se enfrentan en la mayoría de los casos a una vida de estudiante que va desde los 4 meses hasta los 16 años, y ¿por qué este proceso que abarca la infancia y la adolescencia, tiene que ser en muchas ocasiones un suplicio en el que están deseando oír el timbre para salir al recreo? usar mecánicas, estéticas y pensamiento basado en juegos para motivar a las personas, sus acciones, su aprendizaje y la capacidad de resolución de problemas.
Llevando este término al campo de la educación, la asignatura de Educación física sería un ejemplo porque el juego es usado continuamente para lograr los objetivos establecidos en el currículo, pero en todas las asignaturas podría ser utilizado, ¿por qué no hacer en una clase de lengua una competición adaptada del exitoso juego Apalabrados? Así acercaríamos también el mundo de las nuevas tecnologías al aula, o ¿por qué no hacer exámenes jugando al trivial? Si lo que pretendemos es influir y motivar a los alumnos para que logren adquirir hábitos y alcanzar objetivos, tenemos que incentivarles a participar, y, ¿conocen algo que motive más a los niños que un juego o una competición? Esto consigue que se esfuercen, que mejoren, que se impliquen, en definitiva, que sean protagonistas activos de sus aprendizajes.
Deberíamos conseguir como educadores hacer que las clases fueran como los recreos, en ellos los niños se divierten, se muestran tal y como son, establecen sus normas, aprenden roles sociales, a negociar, a solucionar conflictos, a hacer amigos, a competir, en resumen, a disfrutar de la vida; al fin y al cabo ¿no son estas cosas más importantes en la vida que aprender teorías, números o fechas? ¿por qué no introducirlo en el aula?, por favor, hagamos que no sea tan corto, alaguémosle, es más, intentemos que el recreo dure toda la vida.
Escritor: María Ángeles Tapia Paniagua.