En el marco del Festival de Dirección Teatral 2013 del 30 de Julio al 12 de Agosto, preparado por el programa: Magíster En Artes con Mención en Dirección Teatral y el Departamento de Teatro de la Universidad de Chile, fue presentada la obra dramática del Director Francisco Martínez, quien con sólo 24 años, es estudiante del Magíster en dirección teatral de la Universidad de Chile y director de la compañía El Rebaño Subversivo, desde donde nos presenta la obra que ha de ser analizada en el siguiente texto.
es una obra que inicia con la presentación de su contenido por parte de los actores, quienes ante los ojos del público parecen asustados e inexpertos, logrando generar un clima llamativo sobre sus roles dentro de la escena, ya que se infiere que tendrán dificultades a la hora de desempeñarlo. La obra continúa con cada uno de ellos asumiendo su participación y proponiendo contar una historia sin lograr desarrollarla, la cual consiste en narrar un suceso de una gravilla que se desmorona poco a poco desde una montaña, se agiganta y a medida que avanza se precipita con gran velocidad al espacio escénico. Esta historia que punto por punto se va contando y se va expandiendo con acotaciones textuales alternas, se nos muestra como un suerte de efecto mariposa que se narra con una notoria dificultad narrativa, y finaliza sin un desenlace concreto, pues si bien se termina la historia, no hay propiamente un cierre clásico sobre la misma.
Para explicar la anterior descripción es importante entender cada una de las anotaciones preliminares desde la recepción. Como se menciona precedentemente, la puesta inicia con la figura del actor que cuenta o explica de qué trata su obra, cosa que a mi parecer resulta interesante como juego con el público. Cada uno de ellos sin tener clara consciencia de cuál es su lugar en la escena (esto desde luego de manera premeditada por el director) propone una medida de acercamiento a los espectadores, evidenciando que no saben lo que hacen allí y trazando una línea de complicidad con los mismos. Esto que inicialmente se torna atractivo, no logra perpetuar la idea del espectador como cómplice, pues al ser tan reiterativo genera una atmosfera tediosa que hace desentender un poco al público con el proceso interpretativo de la obra.
En otras palabras, dicho momento no logra cumplir su objetivo, pues en el transcurso laberintico de comprender la trama se pierden ciertas conexiones concretas que desvirtúan la plástica, las imágenes y otras integridades que la conforman, en las cuales, a mi observación, el público desprecia por estar centrado en intentar comprender qué nos cuenta la historia.
Ahora bien, los giros reiterativos, donde se vuelven al comienzo y como la serpiente que se muerde la cola todo llega al mismo sitio, resultan ser llamativos las dos primeras veces, más pierden fuerza a medida que se ejecutan una y otra vez con la misma intensidad, pues no hay propiamente un cambio significativo de ritmo, y la obra se convierte en una tonada lineal y ciertamente adormecedora. Si bien se lee una preocupación de cambio de ritmo a través de la desesperación de los personajes mismos en este ambiente que juega a volver en sí una y otra vez, no se logra proyectar de manera precisa, lo cual parece ser una falla actoral en el cambio de transiciones para generar matices en la puesta en escena.
Por otro lado la aparición de diversas imágenes en todo el escenario, demuestra un gran aprovechamiento espacial del mismo, y su plástica, resulta ser muy atrayente en un primer momento, pues nos muestra un lugar con un suelo que simula ser desértico. No obstante, la ambientación que le da fuerza a la escena en un comienzo, le resta fuerza al trabajo a medida que avanza la historia, pues deja de tener precedencia sobre lo acontecido en el simbolismo escénico y se convierte en un decorado más, que no le aporta mucho a lo sucedido en la acción dramática.
Sin embargo esta escenografía logra brindarnos una pista del lugar donde se encuentran los personajes, es decir, lo desértico, lo muerto, lo inerte, y deja un pequeño esbozo en la lectura sobre esa incomprensión de la obra y es afán de no relacionar, lo que dicen los personajes, con las acciones realizadas. La cual concluye en que estas razones son el az bajo la manga de la propuesta artística de esta obra, que al no querer ser interpretada fácilmente por el público que la observa cae en lo confuso. Así mismo las imágenes más interesantes (Lo digo a modo personal) son presentadas casi como un relámpago, pues algunas incluso no duran más de cinco segundos, lo cual rompe con el proceso de dilatación temporal ferviente que se aprecia en toda la obra, y esto, resta inteligibilidad a la propuesta direccional.
En esta medida el trabajo con algunas inconsistencias e impresiones, como las mencionadas anteriormente, es una espada clavada a espaldas del mismo espectáculo, pues si bien nos trata de mostrar una nada escénica que nos confunde, nos adormece y a algunos nos perturba, también nos hace pensar en el hecho de que no estamos preparados para una prolongación de tiempo como esta, pues el mundo actual, perpetuado por la rapidez y lo efímero nos causa el efecto vomitivo del no soportar lo lento. Cosa que es fascinante al apreciarse con mucha exactitud. No obstante, esto es solo una lectura volátil que posiblemente no se dio de forma masiva, ya que faltó concreción por parte del espectáculo, lo que llevó a algunos espectadores a expensas de la divagación no dirigida.
La navegación por las turbias aguas de un absurdo muy brechtiano, acompañado de una fascinación morbosa y sadomasoquista del autor por la repetición y el tiempo prolongado no fue lo que se esperaba, ya que bajo otras condiciones hubiese sido un viaje impactante e interesante, pero en este caso, no causa el efecto que requiere. Cabe decir, que esta obra es un producto interesante a pesar de las fallas escénicas que posee, debido a que llama la atención su forma de ser presentada, y quizá, trabajada en detalle, logre el objetivo de este joven autor que se precipita por el camino de la dirección en un primer e interesante recorrido.
Escritor: María G. Pacheco Rojas
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