Pocas personas se han ganado el respeto de toda la profesión periodística y de sus lectores. Desde su faceta de reportero en las calles de Barcelona, pasando por su etapa de corresponsal por medio mundo y ahora como célebre columnista. Enric González iba para Veterinario, pero su padre, Francisco González Ledesma, también Periodista y Escritor le convenció que empezara en el oficio, dejando de lado sus proyectos iniciales.
A la tierna edad de 17 años, en la ‘Hoja del Lunes’ de Barcelona, el señor González empezó a indagar por la calles de la capital catalana. Después continuó en el ‘Correo Catalán’ y ‘El Periódico de Catalunya’, diario donde tuvo sus más y sus menos con Jordi Pujol, el honorable President que atravesaba un período convulso debido al “Caso Banca Catalana”. Vetado para cubrir cualquier evento oficial de la Generalitat, el dotado periodista entendió en aquel momento que su final en el diario del Grupo Zeta estaba cerca. Era 1985 y su final era más claro que el agua cristalina de un manantial del Montseny.
La llamada de ‘El País’ fue un bálsamo para un joven de 25 años que había aprendido el oficio en la calle, en los bares con sus confidentes y de la mano de curtidos periodistas como Huertas Clavería o Josep Martí Gómez. Pero el buque insignia de Prisa iba a ser su casa durante un largo período; hasta otoño de 2012 cuando, en solidaridad con sus compañeros despedidos por el ERE de empresa, decidió dejar su puesto voluntariamente.
Durante 26 años desempeñó de forma extraordinaria su labor. Tiene una estrella, vaya la tiene…o la tuvo, mejor dicho. Desde Londres escribió crónicas de la etapa de John Major; desde París, el lúgubre desenlace de Mitterrand y su doble vida, sin olvidar las pruebas nucleares en la Polinesia Francesa; en Estados Unidos, el 11 M; en Roma, el final del papado de Karol Wojtyla y en Jerusalén, los conflictos sempiternos de palestinos e israelíes, así como la bautizada “Primavera Árabe” en Egipto.
Pero al astuto barcelonés se le recuerda también por cubrir conflictos armados; de diferente manera, eso sí. En la Primera Guerra del Golfo, cuando la invasión de Kuwait por parte del Iraq de Sadam, tuvo momentos de desidia y aburrimiento en Arabia Saudí, donde estaban la mayoría de corresponsales antes del inicio de la batalla. En su último libro, “Memorias Líquidas”, recoge sus aventuras en el Golfo. Desde su borrachera con sadiki casero, hasta las jactaciones con colegas corresponsales. No era ni más ni menos que una crítica ácida y socarrona del papel de los corresponsales en aquel conflicto. Siempre comenta que no estuvo en la guerra del Golfo, sino que estuvo en el golfo Pérsico durante la guerra. Fue un conflicto elaborado a la medida de la propaganda y el bombo mediático de la televisión.
En cambio, sí que llegó a las tripas del conflicto étnico en Ruanda, entre Hutus y Tutsis. Aparte de sus maravillosas crónicas, durmió días en la calle, vio cómo un camión arrolló a una madre y su hijo –la madre falleció, el crío sobrevivió y le asistió hasta dejarlo con un oriundo de la zona- y observó, atónito, montañas de cadáveres en descomposición. En sus muchas conferencias comenta que de vez en cuando tiene pesadillas con aquella macabra vivencia.
Una carrera periodística brillante que no culmina aquí. Si por algo destaca el catalán es por su don para la redacción. Un elegido que escribe con exactitud y sin algarabías. Leer a Enric González es un placer: es ameno y de fácil lectura. Nunca se hace indigesto y a la vez nos enseña su riqueza lingüística. Escribe tan bien que es difícil imaginar cómo toleraba tanta tensión a la hora de redactar; teniendo en cuenta que él se considera “perezoso” y que trabaja mejor bajo presión.
Sus “libritos”, como él los denomina, son una maravilla del periodismo contemporáneo español. Historias de Londres e Historias de Nueva York representan la elegancia de su narrativa. Sus aventuras como corresponsal, leyendas e historias personales ocurridas en las grandes urbes son de obligatoria lectura para todo aquel que quiere ejercer o ama el periodismo. Una filosofía de trabajo basado en contar lo que se ve, documentarse y desgastar la suela de los zapatos.
Historias de Roma no llega a la altura de los libros mencionados; pero si hay un legado de su corresponsalía de Roma es su pasión por el calcio. Cada semana escribía una columna sobre fútbol transalpino, “Historias del calcio”, que después se publicaron en una obra que es todo un clásico de los libros de futbol a nivel internacional.
Cosa curiosa su pasión por un estilo tosco de futbol, él, elegante en sus formas y sus argumentos. Una cultura vastísima en economía, historia y cine. Gran amante del celuloide. Cubrió cinco ediciones del Festival de Venecia para el ‘El País’. Sus columnas hacían olvidar su sufrimiento cuando veía una película en la zona de discapacitados de la sala, cercano a la puerta de salida, por su claustrofobia. un tercio del total de la plantilla. y es solicitado en numerosas conferencias sobre periodismo, cine o política. Un grande; escéptico ante los cambios, las modas y el poder. Un gran narrador del cual disfrutamos todos los lectores.
Escritor: Julio A. Martínez