Suele suceder que aquellos términos que son más obvios, por frecuentes o cotidianos, son los más difíciles de explicar, y más arduo resulta si se trata de teorizar sobre ellos. Es el caso del término comunicación, que es el tema por el que comienza esta investigación. Plantearse qué es comunicar, o qué es comunicación parece una pregunta sin fundamento, porque desde el mismo inicio de la pregunta, parece que ya suponemos que podremos comunicarnos, y de hecho lo estamos haciendo. Entonces, la comunicación, ¿es fundamento o es fundamentada?
Esta pregunta nos llevaría muy lejos del campo de investigación y no se pretende tampoco caer en una especulación de tipo cartesiano puesto que los objetivos son más sencillos, pero no por eso menos relevantes, ya que de hecho, es anterior la comunicación a la especulación filosófica, pero también es verdad que la reflexión da rasgos distintivos a la comunicación humana. Esta aparente paradoja: buscar el fundamento de algo de lo que se está dando por supuesto su utilidad, puesto que está siendo una herramienta en la búsqueda, es un reflejo del carácter paradójico del ser humano. Busca lo que de alguna manera tiene.
En el fondo, se trata de reflexionar, de volverse hacia uno mismo, o lo que hace para encontrar los por qué de las acciones y poder mejorarlas. Esta actitud ha estado presente desde que el hombre era hombre y se paró a pensar: quién soy, por qué estoy aquí, hacia dónde voy. Y así surgió el pensamiento intelectual sistemático, la filosofía, la ciencia y sus aplicaciones prácticas, y se desarrollo toda una serie de habilidades como el lenguaje, los símbolos, y las lenguas. Se teorizó sobre el hombre que es lo más difícil sobre lo que teorizar, porque es sujeto de la teorización a la vez que objeto, sobre la Naturaleza, sobre lo que hacía el hombre, la ciencia, la música, la Letras, el amor, la fe, las palabras, la salud, la enfermedad, las edades de la vida… y un sinfín de vivencias de las que somos sujeto, o de objetos de nuestro alrededor.
La Comunicación no iba a ser ajena a la reflexión. Y por ser una acción humana, no escapa a la dificultad de cualquier acción sobre la que se teoriza, en la que el sujeto es el propio hombre. Como tal reflexión, el comienzo de la elaboración de una teoría de la comunicación ha sido tardío lo cual puede llamar la atención, siendo como es, algo obvio, pero como se decía al comienzo de estas líneas, lo más obvio, en ocasiones resulta lo más complejo de definir. Como pronto, su origen se puede situar a mediados del siglo XX y desde el inicio, ha sido objeto de disputas acerca del status en el que había que ubicarla. Es reclamada como ciencia social, como saber humanístico, incluso como saber científico experimental.
Así que la primera tarea que me propongo realizar es aclarar el mismo término de la disciplina en la que se encuadra esta investigación: comunicación o información, ya que en diferentes Universidades, se ha optado por nombrar a algunas materias como teoría de la comunicación o de teoría de la información indistintamente. También existe una teoría de la información más, por decirlo llanamente, “computacional”, es decir, perteneciente al área de las ciencias físicas, matemáticas o a técnicas informáticas. Y parece que no significan lo mismo, y que son campos ajenos, ¿o tal vez estén más relacionadas de lo que parece a simple vista? ¿Está justificada esta indistinción al nombrar esta materia? O lo que es lo mismo, ¿da igual decir comunicación que información? Informar y comunicar, ¿son la misma acción?
Estoy convencida de que el avance en la investigación actual cualquier área pasa por la interdisciplinariedad. Durante siglos, el científico ha progresado en un ámbito olvidando las demás áreas del saber. Hasta aquí no habría problema, ya que quizá este “olvido” pueda ser condición de posibilidad de dicho avance en el saber, pero las dificultades surgen cuando se olvida el conjunto del problema, y las relaciones con otros campos. En este último caso, se asiste a un reduccionismo de las posibilidades de saber y conocer, y quizá ésto sea lo que haya sucedido en los últimos siglos: y así se asiste a un reduccionismo cientificista, o una crítica exacerbada a la ciencia despojándola de toda validez, provocando un ambiente de perplejidad y pocas ansias de saber.
Es el momento de recoger todos los avances y sintetizarlos, y esto exige un esfuerzo entre científicos, e investigadores de diversas áreas. Algo parecido al Ave Fénix que renace de sus cenizas cada quinientos años, debería reaparecer la figura del humanista del Renacimiento en el s.XXI con otras alas, no las del saber individual sino las del saber colectivo, del trabajo en equipo, de interacciones en la red y de la colaboración en proyectos comunes a diversos países, ciencias, y cultura.
Este nuevo humanismo no es una actitud que pueda desarrollar un individuo sólo, o propia de un genio que surja, sino de una comunidad, la comunidad científica e investigadora, especialmente universitaria. Se trata de algo no logrado todavía en nuestro entorno más cercano ya que, a mi juicio, la interdisciplinariedad no está todavía bien comprendida ni desarrollada con todo su potencial en la investigación de las áreas de ciencias sociales y humanidades en las universidades las españolas.
Escritor: Rosario Segura García
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