El miércoles terminando clases escuchaba a los alumnos comentar que jueves y viernes no habría clases por el huracán. La última vez que escuché eso -comenté a uno de los alumnos- tuvimos un día soleado y tranquilo, así que no lo den por hecho. Me dirigí al consultorio. Estando ahí, comencé a recibir llamadas de mis pacientes cancelando sus citas debido a que la lluvia ya era muy fuerte en algunas zonas. Yo permanecí en el consultorio terminando un trabajo que tenía que enviar por correo ese mismo día.
En algún momento de la tarde me asomé a la calle y la vi inundada, por lo que llamé a mi esposo para saber si en la universidad donde él trabajaba, habría clases hasta las 10 de la noche, ya que pensé podríamos encontrar problemas en el camino a casa mientras más tiempo pasara. Me respondió que no y que sólo protegerían el equipo del estudio de televisión para prevenir accidentes y luego pasaría por mí para irnos.
Ese regreso a casa fue angustiante ya que en muchos momentos pensé que quedaríamos varados por los encharcamientos que había, pero logramos llegar. En Villa de García llovía pero no con mucha fuerza (aunque también había grandes encharcamientos), así que decidimos pasar a comprar algo para la cena, antes de llegar a casa. Mientras cenábamos, comenté a la familia que seguramente sería un largo fin de semana de descanso y que pensaba aprovecharlo, incluso mencioné (en broma) que no me levantaría de la cama ni siquiera para bañarme. Creo que en lo único que tuve razón fue en que no me bañaría.
Jueves 1 Al día siguiente al levantarme, la lluvia había desaparecido e incluso salió el sol durante toda la mañana. Más tarde se nubló y comenzó la lluvia, mientras las noticias transmitían de forma ininterrumpida los desastrosos acontecimientos que acompañaban el paso del huracán Alex en otros municipios.
Nosotros nos asombrábamos cada vez más con las noticias. En algún momento (calculo que deben haber sido alrededor de las seis de la tarde) mi esposo se asomó a la calle y vio que el agua corría fuertemente como si fuera un río. Me preguntó si estaba de acuerdo en meter a los cachorros (teníamos 9 casi recién nacidos) y a su madre para que no se fueran a enfermar, a lo que comenté que sí. Los metimos entre mi hija, él y yo. Luego regresamos a ver las noticias.
Quince minutos después el patio se encontraba totalmente inundado ¡sólo 15 minutos después! El agua comenzó a entrar a la casa por debajo de la puerta, la forma en que avanzaba era impresionante por lo que llamé a mi hija y le pedí que tratara de mantenerse serena, ya que a pesar de ser un momento difícil era necesario pensar y accionar. Le indiqué que desconectara todos los aparatos eléctricos y posteriormente ayudara a mi esposo a amarrar los autos puesto que el agua les llegaba a la mitad de la puerta y pensamos que amarrados sufrirían menos daño. Los amarraron con cable muy grueso, con nudos seguros y varias vueltas de cable. Regresaron a ver en qué podían ayudarme. A mi hija recuerdo haberle dicho que preparara una mochila con algo de ropa y las cosas que le resultaran más importantes, a mi esposo que me ayudara a subir las computadoras portátiles lo más alto posible. En ese momento el agua nos llegaba ya a las rodillas. Nos quedamos sin energía eléctrica, afortunadamente.
De pronto, se abre la puerta de entrada por la fuerza del agua y por supuesto el nivel subió. Mi esposo fue a cerrarla y sólo le escuche decir: “ya no tenemos autos”. Para ese momento yo estaba preparando un bolso con cosas básicas (algo de ropa, documentos relevantes, etc.). La puerta volvió a abrirse por la fuerza del agua, ya no hicimos nada por intentar cerrarla. Mi hija por indicaciones nuestras subió al techo de la casa. Mi esposo me dijo que sería mejor que yo también subiera. Para ese momento el agua me llegaba arriba de la cintura y seguía subiendo el nivel, así que accedí a hacerlo en cuanto terminé con el bolso.
Una vez arriba, abracé a mi hija por primera vez y juntas pudimos llorar un momento, expresando así, el temor que nos invadía. Mi esposo fue a buscar a los perros para salvarlos, después de hacerlo, volvió a la casa a buscar una lámpara y algunas otras cosas que pudieran sernos útiles. Mientras esto sucedía, recuerdo haberle gritado a mi esposo -con la mayor desesperación que haya sentido jamás- que subiera, ya que el agua acababa de arrastrar un trailer, y sólo alcancé a pensar: “¿y qué es lo que sigue?”. Por primera vez sentí lo vulnerables que somos frente a la naturaleza. Él dejó lo que estaba haciendo y se unió a nosotras.
En algún otro momento de la noche -cuando había bajado el nivel del agua- mi esposo decidió entrar a la casa para evaluar si estaríamos mejor ahí. Decidió que bajáramos y dentro, aunque no había luz, se percibía el desorden, el desastre… Pasamos el resto de la noche en una cama que si bien estaba mojada, nos sirvió para reposar hasta el amanecer, sin estar bajo la lluvia. Esa noche quedé en espera de ver llegar a rescatistas, militares, etc. que nos sacaran de ahí y nos llevaran a un lugar seguro. No ocurrió. Me quedé dormida por un rato y al despertar la sensación que se generó fue como de haber vivido una pesadilla, sin embargo no dimensionaba lo que aún faltaba…
Escritor: Claudia Feria Basurto